En Cantabria hay cinco restaurantes con Estrella MichelÃn. De momento no conozco ninguno y salvo que la cosa monetaria mejore notablemente, algo que probablemente no suceda hasta el siglo que viene, tardaré en pasarme por alguno para ejercer de comensal, lo cual no quita que pueda circular por los alrededores ejerciendo mi perseverante labor fotográfica para aumentar el conocimiento del mundo mundial sobre los variados devenires cántabros.
Pues bien, el pasado domingo me hallaba en las cercanÃas de uno de estos restaurantes, el Annua de San Vicente de la Barquera. El menú no sé, pero la situación sà que es realmente envidiable en una terraza justo al borde de la rÃa de San Vicente. Es este edificio de color blanco.
Creo que está cerrado por vacaciones, asà que no me quedó remordimiento alguno por comer de sandwichete justo enfrente, sentado tranquilamente en un banco mientras disfrutaba del precioso dÃa de sol con el que nos sorprendió el segundo dÃa de febrero. Y tan feliz, oiga, qué gustazo eso de comer espatarrado, beber a morro de la botella de agua y hasta poder lamer la tapa del yogur sin que te miren raro los de la mesa de al lado. Si, soy un asilvestrado, ya lo sé.
Pues bien, el Annua está ahÃ, al pie de la rÃa. Si seguimos andando lo que nos encontramos es un espigón enorme que finaliza en un faro.
Cambiando de ángulo se puede ver el tremendo espigón y al otro lado de la rÃa, otro espigón menor con un faro blanco y rojo al final. El mar ya se aprecia un poquito agitado.
Cuando llegamos habÃa marea baja. Empezó a subir, empezó el oleaje y cuando me quise dar cuenta estábamos frente a un espectáculo increÃble de olas saltando por encima del muro del muelle.
Olas que rompÃan una y otra vez contra el faro, subiendo un montón de metros, dejándome con la boca abierta y obligando al obturador de mi cámara a trabajar horas extras en domingo.
Para que no se diga, hala, vÃdeo del asunto. Es curioso como el mar nunca se cansa y venga olas, olas y más olas, horas de olas seguidas saltando el muro. Asà no me extraña que tarde o temprano acabe por tumbar cualquier cosa que le pongas delante.
Por cierto, las inmediaciones del restaurante estaban llenas de curiosos que se acercaron al muelle para ver el oleaje. Uno incluso se llevó una buena mojadura. Yo no me reà por razones que más de uno puede suponer. Al dÃa siguiente salÃa en el Faro de Vigo una viñeta de Dávila, un humorista gráfico que para mi es de lo mejorcito que tienen en el periódico, en la que refleja clarÃsimamente lo paradójico que hay en estas tormentas.

HabÃa espectadores hasta que llegó un policÃa local y se acabó lo que se daba, circulen, aquà no hay nada que ver.

Mas cerquita, véase la cinta blanca separando al público del oleaje y eliminando la mayor parte de la gracia. Qué se le va a hacer.

Feliz tras horas de ver la furia del mar pelearse con las obras portuarias llego a casa, veo el Diario Montañés y según parece el Cantábrico ha hecho lo mismo pero a lo bestia en El Sardinero, en Somo y unas olas a lo animal en la Isla de Mouro. Vale, espectáculo al lado de casa y yo en el quinto pino, algo muy propio y muy habitual mÃo.
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