Hace unos años sonaba por todos lados una canción de los Talking Heads llamada «Road to nowhere», la carretera a ninguna parte.
Si se hubieran pasado por Santander, concretamente por los alrededores de Monte, a lo mejor en vez de «Road to nowhere» tendrÃamos «Bridge to nowhere». Fijaros en este puente.
A primera vista es un puente normal sobre una rotonda. Nada especial, nada llamativo, nada que destacar.
Nada que destacar… hasta que nos vamos a los lados. Por uno de ellos el puente acaba asÃ. Ligeramente complicado lo veo para la circulación, salvo que sea en el coche de James Bond u otro capaz de volar. Véase también como cualquier lugar es bueno para aparcar una fueraborda y que los puñeteros plumeros invasores han llegado hasta ahÃ, a la izquierda de la barca.
Partiendo de tal base, nada hace suponer que al otro extremo del puente la situación sea mejor, sino más bien similar. Y lo es. Finaliza abruptamente la obra arquitectónica en un muro ideal para dejar su impronta los grafiteros de la ciudad.
Vean ustedes como mucho puente pero poco uso. Y no pinta mejor futuro. Vista la coyuntura actual es harto complicado un crecimiento en el número de edificios y viviendas por la zona de Monte, lo que podrÃa justificar su puesta en funcionamiento.
Por si fuera poco, una gran cantidad de cristales saturan su asfalto. Alguien debió montar por aquà un campeonato de tirar botellas a ver en cuántos trocitos se rompen.
Total, que fue construido en 1995, a los dos años de acabado el ayuntamiento aprobó su derribo (el que lo entienda, que nos lo explique…) pero como el Plan General de Ordenación Urbana contempla su uso, ahà sigue. Y seguirá. Imposible no acordarme del afamado Scalextric vigués cada vez que paso por aquÃ.