Comienza aquà el relato de un viajecillo dominguero con destino final en la reserva de Peña Sagra y el puerto de Piedrasluengas, al suroeste de Cantabria, pero que se vio abruptamente interrumpido por unas curiosas circunstancias que más adelante relataré. Empezamos en Carmona, pueblecito de esos tÃpicos cántabros, muy bien conservado y declarado Bien de Interés Cultural en 1985. Para llegar allà pasamos por Cabezón de la Sal, luego la collada de Carmona y asà es como se ve el pueblo entre valles desde el mirador de Ribero.
Ya digo que el pueblecito está muy majo, bien conservado, ningún elemento estridente, calles de piedra, casas antiguas y a la izquierda el Palacio de Mier que se verá luego.
En una de las plazas un monumento cuadradote con placa atestigua que Carmona fue nombrado «Pueblo más bonito de Cantabria» en 2010.
Aquà detalle de la placa, y que no falten ni el bisonte ni el sÃmbolo de Cantabria. Radio Altamira… pues sà que andaban avanzados los cromañones por esta zona que hasta tenÃan radio, supongo que para oÃr los partÃdos de fútbol entre sus equipos prehistóricos. En eso no hemos cambiado mucho, si vas al campo de fútbol es fácil ver algunos energúmenos que parecen no haber salido aún del pleistoceno.
Este es el Palacio de Mier, una de las tÃpicas casonas hidalgas cántabras y probablemente el edificio más representativo del pueblo. Actualmente se le llama «Venta de Carmona» y es un parador de la Diputación Regional. Estaba cerrado y parece que en pleno proceso de reformas.
Sobre los tres arcos que hay entre las dos torres allà donde aparece una persona se puede ver este escudo de piedra, señal de los DÃaz de CossÃo Calderón y Mier. Con ese apellido no me quiero ni imaginar cómo serÃa su firma o la longitud de una tarjeta de visita.
Allà cerca nos encontramos con una especie de caseta de piedra en cuyo interior habÃa un tremendo batiburrillo de lo que parecÃan elementos decorativos variados. Un montón de objetos antiguos luciendo juntos pero no revueltos. Esas cucharas de cocina en madera debe ser algo tÃpico de Carmona porque vimos varios abueletes tallándolas y vendiéndolas a lo largo del pueblo.
Ya se ve, cestas, cuencos, campanas pequeñas, santos, zuecos, sabe dios cuántos desvanes vaciaron para encontrar todo esto.
Y zuecos, muchos zuecos. Unos arriba, otros abajo, otros encima de la mesa… bueno, zuecos no, casi me olvidaba que aquà se les llaman albarcas.
Un último detalle por hoy, el cierre de una cuadra. Muy de alta tecnologÃa no es, pero por lo menos funciona y cumple su cometido que al final es lo que se les pide a las cosas.
La semana que viene más, con el final del recorrido por el pueblo y cómo muy a mi pesar acabó anticipadamente el viaje.
Esto va a acabar muy mal
Me refiero a mi relación con la báscula. Os lo garantizo, poco futuro le veo. Paso por Castro Urdiales, aparco, cuatro pasos y me encuentro una pastelerÃa. Mil tentaciones en el escaparate. Resiste pecador, no caigas en la seducción de la crema pastelera, de la nata, de tantas y tantas golosadas. Huyo sin mirar atrás, que me conozco. Sigo caminando y un minuto después otra pastelerÃa más que el diablo pone en mi camino y en la que luce gloriosa lo que parece ser una milhoja gigante dividida en ocho porciones. Ay madre, que me pierdo, que me da un sÃncope, que me ciego. De momento sigo resistiendo, pero insisto, no doy un duro por mi relación con la báscula. El dÃa que me ciegue voy a batir el record mundial de engullir pasteles, me voy a convertir en Ronaldo por la vÃa rápida y no precisamente en Cristiano Ronaldo sino en el otro, en el que parece que se comÃa los balones de dos en dos.
Sobre la Isla de la Hierba
Como uno está interesado en todo lo que tenga que ver con pecios y naufragios, Carmen me mandó hace ya unos dÃas una imagen del periódico en la que se narraba el embarrancamiento del barco «Almenara» junto a la Isla de la Hierba, donde el Instituto Oceanográfico tenÃa un laboratorio y un criadero de almejas. Once toneladas recién sembradas y tiene que encallar un barco justo encima, hasta parece hecho a mala idea.
Y digo «tenÃa un laboratorio» porque del edificio que sale en la foto a lo que hay allà hoy en dÃa media un abismo. Esta es la Isla de la Hierba, con el famoso criadero de almejas en primer plano. Allà ni habÃa almejas, ni nada que se le pareciera, tan sólo un montón de conchas de una especie de ostras gigantes pegadas a las rocas y hay que ver cómo cortaban las muy jodÃas, pisé una vez con el lateral de la bota en la esquina de una ostra y le pegó un tajazo a mi bota nueva que me quedé alucinando. Si llego a ir descalzo salgo andando sobre dos muñones en vez de pies.
Se aprecia que del edificio en lo alto queda entre poco y nada, ¿verdad? Asà de frente ya se nota un poco más.
Por la parte de atrás aprovechamos la posición más favorable del sol para conseguir unas fotos bien majas y coloridas de la ruina total. Hasta las nubes acompañaban visualmente.
Queda la placa del suelo, las columnas, alguna pared y partes del techo. Nada en el interior, ni siquiera las ventanas.
Fijaros. Entre el tiempo y los vándalos va quedando cada vez menos. Ahora que si lo vuestro es hacer fotos de ruinas aquà hay miga.
Lo que en su dÃa debió ser una terraza hacia la bahÃa, hoy es esto. Una pena que si ya estaba hecho se dejara perder, y si está perdido una pena mantener semejante adefesio sobre una isla.
El interior ha sido vandalizado a base de bien, ya se han llevado todo aquello que pudiera tener un aprovechamiento. El resto está roto, con basura por el suelo y huellas de hogueras.
Ya que tenemos una ventana habrá que aprovechar para enmarcar el paisaje exterior, suerte que me llevaba el flash externo para iluminar el primer plano y que no hubiera tanta diferencia con la parte del mar y cielo, si no la foto se verÃa mucho más oscura. TendrÃa que haberme situado justo en la perpendicular del centro de la ventaba para eliminar las distorsiones en las lÃneas que componen el marco, pero bueno, eso ya es para sobresaliente.
Ah, curiosidad que en dos lugares habÃa una pintada similar a ésta. Las he visto en bastantes más sitios, todas fechadas en 2010 asà que me imagino que serÃan parte de algún festival de arte tipo «Desvelarte» en ese año.
Aquà está la otra. En la parte superior habÃa esa masa blanca que no pude identificar. HacÃa sol, luego no era nieve. Tampoco parece azúcar. ¿SerÃa sal? Se podrÃa tocar con el dedo y probar, pero el último que hizo ésto no le funcionó nada bien cuando encontró un montoncito de arsénico. TenÃa que haberme fijado si las gaviotas que picoteaban el polvo blanco de pronto se aceleraban y no paraban de chillar, a ver si es que fueron a descargar aquà un cargamento de farlopa y dejaron los restos de una cata.
En todo lados veo candados
Hay que ver, aún no ha pasado de moda la pastelada esta de los candaditos porque siguen, y siguen, y siguen. Vayas donde vayas, en cuanto hay un hueco para dejar el candado allà aparece uno, y no digamos nada si ponen una rejilla tan apetecible como la de la derecha de esta puerta en una dársena de Astillero. ¿Lo véis?
Pues si, a media altura y la derecha de todo, candadito cerrado e identificado simplemente con una M. Ahora que lo pienso, tengo por aquà un candado de esos de combinación de números que uso de pascuas en flores, asà que cada dos por tres me olvido la combinación y cuando lo quiero utilizar me toca empezar por el uno y seguir número tras número hasta que se abre. Lo sé, tendrÃa que apuntar el dichoso numerito en algún lado, pero seguro que también perdÃa el papelito donde lo apuntara y estarÃamos en las mismas. Pues bien, podrÃa escribir en el candado mi nombre y el de la parienta, que es más sensible y menos cardo que yo para estas cosas, lo pongo en cualquier valla y de paso que me libro del dichoso artilugio me gano unos puntos con ella. Tema a estudiar, que la cosa promete.
El tigre en lo alto
Bilbao es pródigo en edificios curiosos. Por espectacularidad se lleva la palma el Guggenheim, pero tampoco se le quedan atrás el teatro Arriaga, la Alhóndiga o el edificio-montaña. Sin embargo hay uno que me llama mucho la atención no por el edificio propiamente dicho, sino por lo que tiene en todo lo alto. Vean ustedes:
De perfil se aprecia mejor el asunto, un lindo gatito de piedra en lo más alto del inmueble.
La arquitectura se nota que tiene sus años, la forma de la parte superior es bastante bonita pero claro, viendo este bicho en lo más alto ni te fijas en los escudos, ni en las columnas, ni en nada de nada.
Y qué bien hechito está el animal. Siempre pensé que aquà todo estarÃa dedicado a los leones (por el Athletic, los leones de San Mamés) pero no, también tienen un huequito para otros animales. Estoy pensando pedirle a mi casero permiso para poner un cerdo gigante de cuatro metros de alto en el tejado de mi casa. Es una tonterÃa, pero seguro que empezaban a llegar turistas desde todos lados a verlo. En cuanto salga en Google Maps y alguna web dedicada a las chorradas lo saque, hasta japoneses iba a tener en mi puerta. Cobrando un eurito podrÃan pasar a verlo, sacarse fotos con él y seguro que me sacaba un sueldecito guapo totalmente libre de impuestos.
Perseguido por las meninotas
Ya es casualidad. Hace tiempo pude ver en Oviedo una muestra en la calle de las meninas de Manuel Valdés, las volvà a ver en Burgos, una tercera vez creo recordar que en Bilbao y cuando pasamos por Mónaco, ¿qué habÃa en los jardines detrás del Casino? Una inconfundible meninota del mismo autor, me imagino que con un buen refuerzo bajo la estatua porque hecha en bronce aún debe pesar unos kilitos. Suerte que aquà no tienen delegación «los de la fregoneta», sino cualquier noche aparcaban disimuladamente un momentito allà al lado y cuando se quisieran dar cuenta los monegascos, ni estatua, ni refuerzo, ni menina, ni ná de ná.
Esta me la dedican a mi
O por lo menos eso creo por el mensaje que contiene. Me explico. Jornada normal y corriente, dÃa mustio en el que paseaba tranquilamente por las inmediaciones de los Jardines de PiquÃo. De momento nada especialmente digno de ser mencionado salvo que tengo que abandonar mis excesos gastronómicos o cualquier dÃa una de las múltiples focas que han ido apareciendo por costas y playas cántabras saldrá del agua y me confundirá con uno de sus congéneres.
Conforme iba acercándome al mirador situado al final de los jardines, el ojo que todo lo ve me avisa de una perturbación espacio-temporal, o lo que es lo mismo, un elemento ajeno que distorsiona la realidad. No sé porqué este tipo de lenguaje colará en las pelÃculas de ciencia-ficción, lo que es en un blog suena de un ridÃculo que ni os cuento…
¿Qué pasaba? Que por el rabillo del ojo se me habÃa colado una nueva letra del asunto artÃstico «Desvelarte 2013» escondida bajo un saliente de los jardines. La Z, de Zoquete, dedicada a mi porque hay que ser zoquete para andar por Santander adelante ojeándolo todo a la busca de palabras escondidas.
Haciendo una recopilación, ya tengo quince y me faltan doce. Una de ellas lo veo imposible porque era un «Flota» flotante en un muelle de Santander y dudo que siga allÃ. La O está en la calle Cajo pero ni idea dónde pueden estar las otras diez. Dan me ha descubierto un par, pero si os encontráis en algún lugar una palabra que empiece por las letras E, H, I, L, N, Ñ, S, T, U ó Y, la información será bienvenida. No pago mucho por el soplo pero prometo reconocimiento público a quien tenga a bien facilitarme nuevas ubicaciones para ir completando la colección.
FruterÃa Mary
Anda que no tiene años ni nada este mosaico de azulejos que se puede ver sobre una pequeña puerta en un lateral del Hotel Colón, justo donde la Avenida de los Castros se une a la Plaza de las Brisas.
No sé si aún estará abierto el negocio, siempre que he pasado por allà lo he visto cerrado, pero si funciona deberÃa ser de los más antiguos de Santander porque fijaros en el número de teléfono: el 4621. Ni prefijo, ni seis números ni nada, esto por lo menos es de la época en que llamabas a la simpática operadora Matilde para que te pusiera con el número correspondiente y clavija va, clavija viene, por arte de magia un rato después se producÃa la comunicación. Ay, cuánta magia y cuánto encanto se han llevado por delante las centralitas telefónicas.
Entrevaux
Mi primera incursión en los Alpes, en junio del año pasado, me dejó tan impresionado que no me importarÃa volver mañana mismo. Con lo que me gustan las alturas y en una sola jornada de recorrido pude ver pueblos en todo lo alto de las montañas, ermitas que no se quedan atrás o gargantas entre montañas que te quitan el hipo.
Además, mil pueblos a cada cual más bonito o más llamativo. Hoy toca Entrevaux, del que no toca explicar mucho porque ya véis donde está su atractivo.
Pueblo tÃpico en la parte baja y en lo más alto la «Ciudadela» fortificada a la que se accede por un camino en zigzag camuflado a lo largo de la ladera de la montaña. En la primera guerra mundial esta fortaleza sirvió como prisión para oficiales alemanes. Anda que si le llego a decir a la parienta de subir allà me caen bolsazos hasta en el carnet de identidad.
Por delante del pueblo pasa el rÃo Var con un color verde azulado tan llamativo como precioso, nunca habÃa visto un rÃo de ese color aquà en España.
Para entrar al pueblo hay que cruzar un puente cuya entrada está protegida por esta torre fortificada. Complicado lo de intentar colarse, en estos casos en vez de usar la fuerza es mejor decirle al vigÃa de la puerta que eres del CÃrculo de Lectores y vienes a entregar un pedido, a ver si pica.
Este es el puente defendido por la torre y enfrente se mezclan casas más o menos modernas con otras del año de la nana. Si esto es un solo pueblo, en toda esta zona habÃa un montón, hay montaña a punta pala y aún por encima al ladito están los Alpes italianos, decirme si no son razones suficientes para ir pensando en hacer otra escapadita por allÃ.
DÃas de luz y de color
Cuando toca una mañana de luz y color hay que ver qué gustazo puede ser sacar fotos. Por ejemplo, el fin de semana que pasamos por Gijón. Aunque hubiera aviso de temporal tocaba cielo azul con sol no muy fuerte y lucÃa la iglesia de San Pedro junto a la playa de San Lorenzo que daba gusto. Qué colores, qué fuerza en el paisaje, sólo faltaba un poquito del oleaje que vendrÃa después para rematar la foto. Al dÃa siguiente tenÃamos oleaje para dar, tomar y regalar pero a cambio el sol se habÃa escondido tras unas nubes y de allà no hubo quien lo moviera. Si es que los que sacamos fotos somos asÃ, siempre pidiendo más y más.