¿Quien serÃa, me pregunto, y eso qué sé dónde descansa para la eternidad? Esta es otra historia de esas de rebote. En mi visita al cementerio de Ciriego fotografié una tumba muy cuca. Pequeña, recogida, en medio de un jardincito con su árbol dando sombra y sobre la lápida una frase de Shakespeare como epitafio. Corresponde a Pio Fernández Muriedas y MarÃa Luisa Cochi Mendizábal, que debÃan según dice una inscripción bajo sus nombres «se volvieron a encontrar en la alegrÃa de la muerte». Pues qué alegres, oiga.
Busco información sobre Pio Muriedas y aparece esta interesantÃsima página en la que se puede leer la historia de su vida, que le llevó a ser denominado como «el último juglar». Santanderino, bohemio, con escasos recursos, relacionado siempre con el mundo del teatro, tuvo contacto en su juventud con los mejores artistas y escritores españoles. Fue otro de los que tuvo que huir durante la guerra civil. A su vuelta fue condenado a muerte pero indultado y vivió de destierro en destierro hasta que en los años sesenta Manuel Fraga lo rehabilitó dándole un trabajo para que llevara de pueblo en pueblo la voz de los poetas, de ahà lo del último juglar.
Se murió en 1992 y tiene como homenaje de la ciudad una farola con dedicatoria en la plaza de Numancia que aprovechando una visita al centro pasa a la colección fotográfica de un servidor.
No es mala idea eso de dedicar farolas. Total, tienen que montarla igual asà que poniéndole una inscripción se hace un apaño de primera. Es más, incluso pueden montar un evento inaugurativo. Anda que en cuanto se le ocurra esto a cualquier polÃtico vamos a tener apadrinadas todas las farolas de la ciudad con tal de inaugurar y salir en el periódico.
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