El ancla ferrolana

Llegados a Ribadesella, además de la playa, el centro de la ciudad y el puerto donde están la mayor parte de sidrerías, merece la pena irse hasta la esquinita de la punta de enfrente de la playa, un trozo de paseo que acaba en esto que véis aquí. No está borroso, no, es que empezaba a entrar la bruma y donde antes había un día de sol precioso nos encontramos súbitamente con un paisaje londinense bien fresquito.
Esquina de Ribadesella
Este es el muro situado a la izquierda de todo en la foto anterior. Lugar ideal para ponerse frente al mar y respirar aire puro, perder la vista en el horizonte y despejar la mente. Los que tengan, claro, a mi ya no me afecta.
Muro en la punta de la esquina
A la derecha de ese muro un pequeño caminito de cinco metros lleva hasta unas vistas de acantilado que no me quiero ni imaginar cómo debe ser cuando haya algo de mar revuelta, las olas entren por esta abertura y rompan contra la roca directamente. La única pena es que la posición del sol fastidia todas las fotos al llenar el paisaje de sombras, pero bueno, quede aquí la constancia del lugar.
Acantilado a la derecha
A la izquierda un pequeño muro hecho por el hombre cierra la salida del agua y crea una pequeña piscina en la roca que no sé para qué será, porque como cetárea o criadero le veo escaso futuro al quedar cubierta por el mar cuando sube la marea y como piscina tampoco lo tengo muy claro por su escaso calado.
Recinto cerrado en el acantilado
Justo delante de las dos casas que hay en ese muelle se puede ver un ancla sobre un pedestal con forma de proa, es el «monumento al marino».
Ancla sobre pedestal
Dos placas hay en el monumento, la primera con una poesía de Alfonso Camín, el nombrado «Hijo Predilecto y Poeta de Asturias» en 1981.
Poema en el pedestal del ancla
En la segunda placa, mira tú, otro elemento procedente de Galicia como yo. Un ancla que salió de Ferrol hace diecisiete años para establecerse en Asturias.
Origen del ancla
En fin, que si tenéis un domingo sin plan no es mala alternativa pegarse un saltito hasta Ribadesella, pasear por sus calles, ver esta esquinita del pueblo, comer en una sidrería, cruzar a la otra orilla para ver su playa y acercarse al Mirador del Fito antes de volver. Una jornada completita e ideal para desconectar totalmente. Ah, si alguien me va a decir que falta la Ermita de la Guia ya lo sé y no tengo perdón por no haber subido aún. Para la siguiente visita se queda.

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