Aterrizaje

Para ir finalizando la historia del traslado, recuerdo que los kilómetros se nos hicieron muy largos, probablemente por haber estado toda la mañana con el tute de la mudanza y porque a medio camino empezó a llover y eso cansa aún más. No fue fácil. Para colmo, el veterinario nos había dado un calmante para que los perros se relajaran y no lo pasaran mal en el viaje, mi perra tanto se relajó que no dudó en aliviarse bien aliviada en el coche y desde la salida de Galicia hasta Cantabria me acompañó un magnífico olor a «cagaos y meaos» que aún costó sus buenos fregoteos para quitarlo. Llegamos a nuestro destino sobre las once de la noche, bastante cansados. Descargamos lo necesario, cenamos algo y a dormir.

Al día siguiente nada más levantar, uno de los coches con una rueda pinchada, menos mal que por lo menos tuvo la decencia de no pinchar a medio camino. La casa más o menos bien, salvo la caldera del gas ciudad. Estaban sin avisar los del servicio técnico encargados de ponerla en marcha y sin caldera no hay agua caliente. Buen comienzo, si señor, con lo que me gustan las duchas frías…

El resto, lo que hace todo el mundo cuando se traslada. Llamadas y más llamadas para cambiar la dirección en Hacienda, en la seguridad social, en los bancos, con los móviles, ir a empadronarse, etc. Empezar desde cero, en Galicia sabíamos donde estaba el supermercado, el médico, el taller y todo eso. Aquí no. No teníamos idea de nada así que todó investigar, preguntar, buscar… descubrirlo todo de nuevo, hacer kilómetros, ver nuevos paisajes en los que algunas cosas os aseguro que me recordaban vagamente a Galicia, no sé porqué

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