Hace años el mundo debÃa estar lleno de aviadores, porque donde menos te lo esperabas encuentras una estatua conmemorativa de alguna hazaña voladora. Pasaba en LalÃn con JoaquÃn Loriga, pasaba en Sangenjo con José Piñeiro y aquà de momento no he visto monumento, pero sà vas por el Paseo Pereda de Santander, párate a la altura del número 26 y fÃjate en esa placa.
Puesta porque allà nació Juan Ignacio Pombo, aviador, que voló desde Santander a Méjico en 1935. Un relato cuya interesante historia podéis leer aquÃ.
Por si os toca el dÃa vago, se resume en que a los 21 años cogió el avión y se piró con el morro (del avión) apuntando al este, haciendo paraditas en Marruecos, Senegal y Gambia desde donde cruzó el Atlántico hasta Natal, en Brasil. Allà le debió mirar el mismo tuerto que me vio a mi en 2013, porque despega y al rato tiene que aterrizar de emergencia en otro aeródromo por averÃa. Una vez reparada, intenta despegar nuevamente, se engancha la rueda en un cable y se da la gran piña dejando muy tocada la avioneta. Gran reparación antes de rearrancar por fin para ir por etapas, parando en la Guayana holandesa, luego en la Isla Trinidad, en Maracaibo, de homenaje en homenaje, de fiesta en fiesta, no cabe duda que Juan Ignacio Pombo era español.
El tuerto vuelve a hacer de las suyas y le llega un apendicitis en pleno vuelo. DebÃa ser lo mas apetecible en aquella época, que te tuvieran que operar de urgencia en la Sudamérica de 1935. Una vez recuperado sigue hasta San Salvador, Guatemala y finalmente Méjico. En la que debÃa ser la última etapa, nuevamente actúa el tuerto de la loterÃa y se le averÃa la brújula. Mientras todo el mundo estaba esperando para aclamarlo como un héroe, aterrizaba en otro pueblo a distancia de allà porque sin conocer el lugar y sin brújula, imaginaros el panorama…
Finaliza el 16 de septiembre el Paris-Dakar… estoooo, digooo… el rally aéreo Santander-Méjico comenzado a 13 de mayo, tras casi 16.000 kilómetros y 76 horas de vuelo. Casi ná. Cómo ha cambiado el cuento desde entonces, ahora te montas en un avión y en unas horitas estás al otro lado del charco. Eso si, con mucha menos emoción.
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