Descubriendo el hayedo (I)

Y por fin, conocí el hayedo… hace unos días me cogí a los perritos, los metí en el coche y a conocer mundo se ha dicho. Salimos hacia Reinosa, de allí hasta Espinilla (curioso nombre para un pueblo), el puerto de Palombera y descenso hacia el norte cruzando de cabo a rabo el hayedo del Saja-Besaya. Impresionante. Y eso que en principio, desde el Balcón de la Cardosa con su ciervo sobre la piedra me daba la impresión que había llegado una semana tarde (típico mío) y se veía mucho marrón pero poco amarillo.

Fijaros en la vista ampliada, qué dimensiones tiene el bosquecito, con la montaña a ambos lados y el río en la parte inferior. Llegué tempranito porque iba solo, si me acompañara la parienta llegaríamos hora y media más tarde que es el tiempo necesario habitualmente para ducharse, arreglarse, pintarse, despertar, irnos, dar vuelta para recoger las cosas que se olvidó, despertar definitivamente, echarme la bronca por ponerla nerviosa y enfilar la carretera. A estas horas el sol estaba escondido tras unas nubes y los tonos eran más bien apagados, aunque se ve cómo empezaba a iluminar y apuntaba mejoría.

Entre en el hayedo. Salió el sol. Y a partir de ahí, una orgía de colorines que me hicieron disfrutar como un enano. Cada curva era una nueva serie de fotografías, vieras hacia donde vieras todo eran fotos, fotos, fotos…

Ocres, marrones, rojos, amarillos, cientos y cientos de árboles coloreando la espesura y reluciendo al sol.

Por todos lados el suelo cubierto de hojas secas, hasta se lo pasaron bomba mis perros. No sabían lo que era un hayedo pero saltaban y corrían disfrutando entre las hojas. Luego nos metimos por una ruta que parte del Monumento de Ocejo y con lo que les gusta explorar mundo, si llegan a tener voz y voto seguro que al día siguiente me hacían volver para repetir.

De todas formas, como le dije a Merce, ésto está bien pero tanto, tanto, tanto arbolito, cascada, riachuelo y demás hace que pierdas el interés. Resulta demasiado fácil hincharte a sacar fotos, seguro que le enseñas a un mono a pulsar el disparador de mi Nikon, lo sueltas por el hayedo y saca mil fotos mejores que las mías (cuestión por otra parte no excesivamente difícil, todo sea dicho).

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