Descubriendo el hayedo (II)

Vamos a concluir aquí las aventuras por el hayedo del Saja, que tampoco es plan aburrir al personal con profusión de imágenes coloridas y otoñales, cuando se me acumulan las historias a contar y estoy a un pasito de volver a las andadas con las dos entradas diarias. Yo me resisto una y otra vez, pero cuando veo que lo que escribo en estos momentos va a ser publicado casi en navidad llega un punto en que la neurona se acelera y acabo por cambiar fechas a las entradas programadas para irles dando salida a todo ritmo o de lo contrario acabaría publicando mis próximas aventuras en la nieve (porque este año sí que apetece) allá cuando empiecen los días de playa.

Empezamos con una vista de la ladera del hayedo. A primera hora, los rayos del sol evaporaban la humedad creando una especie de vapor que surgía de los árboles. Esto es lo que veía casi al principio del parque, mucho marrón y poco amarillo, por eso mi primera impresión fue que habia llegado tarde y ya se habían ido los colorines que tanta alegría le dan al bosque.

Evidentemente estaba equivocado, como pude apreciar un poco después. Marrón, verde, amarillo, naranja, rojo, faltaba el negro de charol para tener el juego completo.

La carretera tiene unas cuántas curvas de horquilla cruzando pequeños riachuelos o torrentes que serpentean en dirección al río de verdad que discurre por la parte baja del parque. Si no fuera tan vago, lo propio sería recorrer el parque a pie aunque no iba a haber obturador que lo resistiera, a cada paso había una nueva foto, un rincón, una sombra, un camino lleno de hojas… bichos no me encontré ninguno salvo vacas, una pena porque hubiera sido el remate toparme con Bambi en medio de la espesura.

¿Camino lleno de hojas he dicho? Aquí lo tenéis, para disfrutar de un paseo como en plan caperucita por el bosque. Mis perros caminaban extrañados por todas esas cosas marrones del suelo que además de crujir, se hundían al pisar.

Para acabar, una cosa son las zonas de sombra como la anterior y otra muy diferente aquellas que quedan algo más expuestas al sol. Ahí, cuando la luz empieza a brillar casi necesitas unas gafas de sol para ver a los árboles, qué exageración de colores y qué alegría da estar por aquí por medio, caminando en medio de un bosque precioso mientras el sol me calienta los pocos pelos que me quedan.

Hale, ya quedé saturado de hayas hasta el año que viene. Ahora que venga la nieve, que hay ganas de pisar montaña blanquita.

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