El señor de las cremalleras

Estos días atrás me junté en casa con cinco cremalleras averiadas, tres de bolsas para llevar material fotográfico, una de un armarito de tela y otra de mi maravilloso anorak de ir a la nieve, al que le tengo un enorme cariño porque llegó heredado, ha pasado conmigo todas las aventuras montañeras y de nieve y es calentito a rabiar. La jodienda es que la cremallera subía pero según iba pasando, se iba abriendo de nuevo y eso cuando estás a cero graditos os puedo asegurar que hace de todo menos gracia. En estos casos se puede llevar la cremallera a cambiar, pero estudiando el mecanismo, viendo una y otra vez qué pasaba, donde fallaba y realizando hipótesis mentales varias, llegué a la conclusión de que el problema era un aflojamiento por uso de los cuartos traseros del cierre, ese punto indicado por las dos flechas. Apretándolo con un alicates, medio minuto después la cremallera subía y bajaba como un rayo sin fallar un diente. Ole, ole, bien por mi.

La del armarito de tela era fácil, un diente jodido al final de la cremallera. Se le pega un recosido justo antes y otra más que ya no da lata. De las tres bolsas para la cámara, a una le apliqué el mismo tratamiento que al anorak. El problema de las otras dos era diferente, de tanto abrir y cerrar se había roto el hilo que mantiene los dientes en su sitio, éste que aparece aquí abajo recuadrado en rojo. Con cuidadito, aguja, hilo y dedal, marujito al ataque cose que te cose hasta dejar las cremalleras como nuevas. Si es que cuando me pongo a la faena, me pongo de verdad…

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