Esta es una escena habitual de mis correrÃas por los pueblecillos cántabros. Veo una ermita, allá me voy a echar una ojeada.
No sé pa qué, si total todo está cerrado hoy en dÃa. Es tal el miedo al expolio de patrimonio que no ves una puerta abierta ni por equivocación. Donde quedaron aquellos tiempos en que entrabas, veÃas, fotografiabas y salÃas sin la menor impedimenta.
Pero he aquà que en este caso vemos una diferencia: un cartelito allà posado nos informa que en caso de antojo, hay un teléfono donde recurrir para que vengan a enseñarnos iglesia y artesonado. Si podemos, eso sÃ. Ya es todo un detalle y una mejora con respecto al «me quedo sin ver el interior» habitual.