Cuando alguien llega a un lugar nuevo tiene dos opciones con los vecinos del barrio. La primera es pasar de ellos, hay quien esquiva el contacto y no pasa del buenos dÃas o buenas tardes. A mi en cambio me va la cháchara y cuando ando de paseo saludo, me paro a hablar con todo aquel que quiere, me intereso por sus cosas y todo eso. Me viene bien porque me voy enterando de las cosas que pasan en el barrio y alrededores, me cuentan historietas varias sobre Cantabria que reciclo para el blog, me dicen sitios interesantes para ir, restaurantes donde comer bien y, lo mejor, según van saliendo los productos de la huerta me van surtiendo por la cara. Como por donde vivo hay mucho campo sembrado, sale de golpe mucho material comestible y los vecinos gustan de repartir. Hoy mismo mi vecina me preguntó si me gustaban las calabazas y al ser afirmativa la respuesta fijaros lo que me ha regalado.
Esa regla mide cincuenta centÃmetros de largo. Nueve kilos, nueve, de calabaza. Y no os creáis que era la más grande, fijaros el material que tenÃa guardado en el bajo de su casa (con zueco del 43 incluido para dar una referencia). Ahora tocará cortarla, empaquetarla, guardar parte en el congelador y otra parte destinarla a crema de calabaza, que con queso rallado y un poco de orégano por encima está de vicio.
Estas cosas criadas en la tierra y sin pasarse con la quÃmica tienen un sabor que los que se compran en el supermercado ni se le aproximan. Asà que hala, a seguir de parloteo con los vecinos que es bueno para la salud y para el bolsillo.
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