Los peligros marítimo-playeros

Cuando baja la marea, en la playa de Somo se pueden ver los restos de un barco hundido. Se trata del mercante «Antártico» que encalló hace más de cincuenta años, fue desguazado allí mismo e incomprensiblemente (por lo menos para mi), dejaron un trozo del casco sin retirar. Podéis ver fotos del embarrancamiento en ésta página y dado que sólo lllevaba el móvil, con lo cual la foto que pude sacar es una porquería…

…en ésta otra se pueden ver los restos en su estado actual fotografiados por gente que sabe ir con una cámara y usarla donde la ocasión lo merece, no como mi caso.

Hace más o menos una semana la marea estaba tan baja (aunque con sus olitas) que los restos del barco quedaban a quince metros escasos de la orilla. Acababa de bañarme, estaba a unos diez metros a la derecha del pecio y se me ocurrió aproximarme un poco. La parienta diciéndome que no, que podía ser peligroso, que podía venir una ola, que tal y que cual. Tranquila mujer, que no pretendo tocarlo, sólo verlo mejor. Uno es así, qué le vamos a hacer. A cinco metros del barco me cubría por la rodilla, doy un paso y me cubre por la cintura. Doy otro paso y me cubre por el cuello, pero con el mar haciendo una corriente circular alrededor del barco de la que no podía salir. Uy, uy, uy… cada ola que venía la aprovechaba para intentar nadar hacia la orilla y algo avanzaba, pero la corriente poco a poco me devolvía casi al mismo sitio. Coño, que esto se pone feo…

¿Qué dicen que hay que hacer cuando pasan estas cosas? No pelearse con el mar y activar el modo supervivencia, que ahogarse y dejar a la parienta con un porrón de millones a cuenta del seguro de vida puede sentar un mal precedente dada su desmedida afición a los trapos y centros comerciales. En esa playa hay vigilantes de la Cruz Roja cada trescientos metros, le hice un gesto a la doña y le grité «Avisa» bien clarito, inspiré profundamente para llenar los pulmones de aire, flotar mejor y se acabó el cansarme braceando. Que la corriente me lleve donde quiera, yo me quedo flotando hasta que vengan a recogerme. En esto que la parienta aparece al lado. ¡Coño! ¿Pero qué haces tú aquí? Al verme apurado, en vez de avisar se puso nerviosa y se vino directa hacia mi para intentar sacarme aprovechando que nada mil veces mejor que yo. Pero mujer, qué haces aquí, a ver si el seguro de vida de los dos se lo va a llevar la bruja de mi suegra… Si algo tengo claro es que mejor estar uno en peligro que estar dos, porque por muy bien que nade ella, de la corriente no salíamos solos. Es más, ya nos había ido llevando de la parte derecha a la izquierda del barco. Le dije que nadara hasta los restos que sobresalían, se agarrase allí y avisara a los de Cruz Roja, que yo seguiría a lo mío, flotar, no tragar agua cuando una ola me daba en la cara y cuando necesitaba respirar daba dos brazaditas, inspiraba profundamente y a seguir esperando.

Por suerte ya nos habían visto, o alguien había avisado antes, que se acercaba un socorrista hacia nosotros. Me indica por donde va la corriente para que intente salir nadando en esa dirección. Giro hacia donde me indicaba y al bajar los pies, coño, si aquí hago pie. Es más, no me cubría más que hasta el pecho… pues nada, a salir del agua disimulando en plan «conmigo no va la cosa oiga». El socorrista le indicó a la parienta por donde salir y llegó a la zona donde hacía pie sin más problemas que unos rasguñitos en la pierna por el roce con las conchas que pueblan el casco del barco.

Visita al puesto de Cruz Roja para que se los desinfectaran, mil agradecimientos al socorrista y por suerte finaliza la historia felizmente (lo siento suegra, otra vez será), aunque de ponerle una banda sonora sería la canción de Barón Rojo «Casi me mato».


Posteriormente, una persona con la que nos paramos a hablar nos comentó que alrededor del barco hay una poza, así que en cuanto alguien se acerca al casco le pasa lo que a mi, que te ves metido en el agua hasta la cabeza y con corrientes fuertes. Hacía dos meses allí mismo se había ahogado uno de un pueblo de al lado. Pues mira tú qué ilusión ser rescatado de las garras de la muerte para contarlo aquí. Un rato más tarde presenciamos cómo otra persona se había alejado demasiado de la orilla y tampoco podía volver, un surfista tuvo que ayudarlo a mantenerse a flote hasta que llegaba otro socorrista.

Lo que sí me queda bien claro es que las playas del Cantábrico no son las playas tranquilas y reposadas de las Rías Bajas, aquí las corrientes fuertes y las resacas son de lo más común. Y ya que a mi no me dáis un duro, cuando los de la Cruz Roja hagan el Sorteo del Oro compradles por lo menos un boleto, que de no ser por ellos casi os quedáis sin leer una entrada más en éste blog.

Ah, desde entonces cada vez que le llevo la contraria a la parienta me recuerda el caso del idiota que se acercó a un barco hundido en Somo a pesar de que le dijeron que no lo hiciera. Toda cara tiene su cruz y a mi me ha tocado ésta…

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