Perder el nivel

«Perder el nivel» es conocido por mi, por mis allegados y no sé si por alguien más, como aquella situación en la que tras la notable ingesta de líquidos espirituosos de elevada graduación, a uno le cuesta ciertos esfuerzos mantener la verticalidad habitual. Hace un par de sábados nos acercamos a Laredo para presenciar un evento relacionado con la desmedida afición de mi parienta a la ropa durante el cual, dado que tengo cámara y hago como si supiera usarla, fui esclavizado y obligado a realizar tareas de fotógrafo profesional cuando lo mío es la foto dominguera, jocosa y sin ambiciones. Allá cada cual con la calidad que busque para sus reportajes, pero bueno, se hizo lo que se pudo y al final tan mal no salió (principalmente por lo impresionante de las modelos, yo sólo apretaba un botón, que como todo el mundo sabe es lo único que hacen los fotógrafos).

El caso es que el evento finalizó a unas horas totalmente intempestivas, algo así como las tres y media de la tarde, con lo cual nos hacíamos a la idea que nos quedábamos sin comer o habría que hacerlo de sandwich, plato combinado o similares, que bueno, tampoco le vamos a hacer ascos pero para un domingo de lucimiento apetecía darse un homenaje. Vimos abierto «Casa Cachupín», preguntamos si estábamos a tiempo de comer y muy amablemente nos respondieron que mientras la cocina estuviera abierta, sin comer no quedaríamos. Comedor elegante, mesa muy bien puesta, atención exquisita por parte de una camarera joven y amabilísima, primer plato compuesto por una capa de rodajas de tomate, una capa de pimientos rojos, una capa de anchoas y aceite, más simple imposible pero para chuparse los dedos. De segundo plato unas carrilleras es-pec-ta-cu-la-res, carne sabrosísima y blandita que casi se deshacía al tocarla con el tenedor, patatas fritas y en una salsa como para empezar a mojar pan hoy y acabar mañana. Flan de café para rematar la faena y un cafecito. De todo esto nada se sube a la cabeza, quien si lo hizo fue la botella de Ribera del Duero que nos soplamos (porque comer así bebiendo agua debería ser motivo de excomunión) y gracias a lo cual a la hora de sacar foto del restaurante no me di cuenta que la casa, la calle y el resto del mundo se encontraban ligeramente inclinados, como se puede apreciar.

Lo curioso es que si todo esto lo pides según carta se te va la comida a una pasta, pero ahora todos los restaurantes prácticamente se están apuntando a lo de los menús a precio fijo y éste salía por veintidós euros cada persona (en este caso más el vino porque había antojo y nos salimos del que estaba incluido). Dos horas, dos, de paseo por la playa de Laredo para recuperar las condiciones mínimas y volver a ser persona…

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