Seguimos con mis andanzas por la playa de Somo a la busca de pecios hundidos que asoman con la marea baja. Tras quedarme sin ver los restos del «Antártico» me entretuve un rato más fotografiando los del «Elin Christine». Otras veces los he visto completamente al descubierto, aquà empezaba a subir la marea y el agua los iba cubriendo poco a poco. Ni se me pasó por la cabeza acercarme a ellos. No por nada, sólo que con un susto me basta.
Que si aprovechamos para sacarlos con La Magdalena de fondo, que si espero un poquito más y saco también un portacoches que salÃa del puerto de Santander, hay que entretenerse como se pueda buscando la foto «diferente»…
Pero mira tú por donde descubrà otra novedad que no conocÃa. Entre los restos del «Antártico» y los del «Elin Christine» hay más cosas. Restos pequeñitos, sin nada que me permita identificarlos, pero ahà plantados y descubiertos con la marea baja. En época de mareas normales nunca los habÃa visto.
Esto es la proa de algo. Tiene forma de proa, un peso de hormigón enganchado y los restos de una especie de motorcillo oxidado. Al fondo se ven otros y entre ambos, tres «piquitos» sobresaliendo del agua. Sólo espero no pisarlos nunca mientras estoy bañándome, porque son estos de la foto y tienen pinta de ser perfectamente capaces de rajar un pie. Además están tan oxidados que viva el tétanos.
Aquà vemos los restos más cercanos al mar. Piezas de sabe dios qué barco ahà plantadas. Sigo sin entenderlo, con lo fácil que serÃa retirarlos en una bajamar, no le encuentro ningún sentido a dejarlos ahà abandonados para que alguien se haga daño.
Desde otro ángulo, una poza y tres esquinas sobresaliendo a la espera de que alguien las roce con su pie.
Otro ángulo más, menuda esquinita la de la derecha. Y ahà quedará por los siglos de los siglos, me imagino. Lástima que no sean de cobre, sino hace tiempo que habrÃan pasado por allà «los de la fregoneta» y no hubieran dejado ni el recuerdo.
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