Bien, a nadie se le escapa a estas alturas de la vida que aunque este sea un blog viajero, turÃstico y muestra de las maravillas de Cantabria u otros lugares merecedores de ser mostrados, la razón primigenia que mueve gran parte de mis andanzas por el mundo adelante viene a ser condumial, o lo que es lo mismo, referente al condumio, papeo, jamancia o como lo queráis llamar. Si no existieran restaurantes o pastelerÃas, la mitad de mis entradas estarÃan cojas o huérfanas. Y de pastelerÃas va hoy la cosa, pastelerÃas francesas en Saint Tropez, donde éste es el aspecto de un expositor en el que luce la tarta más conocida de la ciudad, la Tarta «Tropezienne». No se han matado mucho con el nombre, no, pero ¿para qué? Si con ese nombre funciona todo, ¿porqué hacer experimentos con otras denominaciones?
Aquà un primer plano de la versión en formato grande. Los precios los deben poner según el diámetro de la tarta, porque ésta debÃa tener unos veintitrés centÃmetros de diámetro, y veintitrés euros marcaba la etiqueta. Las cosas en Francia son caras, aunque no exageradamente. Si te vas al centro de Niza, todo sube. Y si quieres comprar una tarta en Saint Tropez, en una pastelerÃa cerquita del puerto que es donde está todo el mogollón de yates y turistas, normal que acabes pagando casi cuatro mil pelas por la tÃpica cristina grandota rellena de crema pastelera y cubierta de azúcar en formato granulado.
Como mi religión (la Iglesia del Clavo en la Factura de la Ultima Cena) me prohibe pagar esas cantidades tontamente, optamos por acercarnos a un café, descansar los pies un rato de las caminatas que nos pegábamos y pedir una ración de tarta por no quedarnos con la duda. Cuatro euros y medio una ración como para postre de los pitufos. Efectivamente, es una cristina rellena de crema pastelera y cubierta de azúcar granulado. Estaba buena, no lo voy a negar, pero sin ser espectacular o tan atrayente como para incitarte a repetir.