Esles es un pueblo de esos que definen como «singulares». Situado unos veinte kilómetros al sur de Santander, allà otra cosa no sé pero casas señoriales blasonadas y ermitas hay las que queráis y más. La primera justo en lo alto de una colina cuando llegas al pueblo. No me acerqué a verla, pero ese colorido de la piedra con el cielo azul y el prado verde hace un panorama cántabro al 100%.
La segunda está en la entrada al pueblo. Tiene menos encanto, es pequeñita, con campanario, escudo blasonado en la fachada y un precioso cable cruzándola para tortura de aquellos a los que nos gusta sacar fotos.
Puerta blindada con cerradura de alta seguridad y cadena a juego. Seguro que al verla cualquier posible ladrón escapa horrorizado.
Una inscripción sobre el dintel indica, además de mucha otra palabrerÃa, que la ermita fue hecha en mil seiscientos ochenta y pico. Ya tiene unos añitos, ya.
El escudo no sé si será de la época, la parte central seguro que no. Este es más simplón que otros que he visto: ni leones, ni sirenas y pocos muñequitos.
El interior tampoco es para echar cohetes. Altar de piedra, una ventana con vidriera y una cadena colgando que no sé si será para tocar las campanas, da la impresión que se habÃa caÃdo de algún lado y ahà quedó.
La siguiente podemos encontrarla unos metros más abajo, sobre un prado junto a unas pacas de hierba.
Pero… ¿esto qué es lo qué es? No es una ermita de verdad, ¡es una maqueta!
El campanario mide algo más de dos metros de alto y la ermita está hecha al detalle, hasta con pinturas donde deberÃan ir las ventanas. Se ve también que no era de este año, el paso del tiempo ha ido dejando huellas con forma de desconchones en la pintura, hierbas en el tejado o rotos en la base. ¿Para qué harÃan ésto, me pregunto…?
Aún hay más ermitas en el pueblo, pero bueno, si eso lo dejamos para otra entrada no nos vaya a dar una sobredosis de santidad a estas horas de la mañana.