Eso de andar por el mundo adelante sin prisa, sin planes y sin reservas a veces tiene sus cosas buenas porque te llevas agradables sorpresas. En cambio otras veces lo que te llevas es un chasco. Domingo dominguero, vamos por el mundo a nuestra bola cuando aparece un cartelote indicando el desvÃo hacia la «Cueva de Covalanas», un poco más al sur de Ramales de la Victoria. Eso hay que verlo. Nos desviamos y aparcamos al pie de un poste de madera que indica la dirección a seguir.
Empieza la cosa con subida potente, paciencia, no nos desanimemos que en peores plazas hemos toreado.
Tras una subida… otra subida. Curva de 180º y hala, pista para arriba. Sólo las vistas ya merecÃan el esfuerzo. La parienta, menos dada a emular cabras montesas, no opinaba lo mismo, ella ascendÃa lentamente, sudorosa, entretenida con un muñequito al que le habÃa puesto cuatro pelos mÃos y le clavaba alfileres negros. No sé, no sé, me da que a esta mujer no le va tanto lo de subir montañas como a mi.
Al final del tramo en subida aparece una extraña construcción. Es la oficina del guÃa que enseña la cueva. Como se puede ver, es discretita e integrada en su entorno.
Pegado en el exterior está el tÃpico cartel con los horarios. Las visitas son a las horas y cuarenta minutos. Eran las once cuarenta y cinco. Cachis la mar, qué punterÃa, igualito que cuando fuimos a la cueva de El Pendo.
Nos sentamos, esperamos un rato y la verdad se estaba como dios a la sombrita, en lo alto, disfrutando de unas vistas impresionantes de toda la zona con el Pico San Vicente ahà delante.
Con lo que me gustan las montañas hay veces que se me va la olla. Es ver ese pico y empiezo a maquinar si aquello que se ve por la izquierda es un camino, si hay paso entre la vegetación, si será complicado subir o lo increÃblemente alucinantes que serán las vistas desde lo alto. Se me cae la baba, para qué negarlo.
En esas maquinaciones proto-escaladoras estaba cuando apareció el guÃa. Preguntado sobre si habrÃa sitio para visitar la cueva nos dijo, para nuestra desgracia, que ese dÃa estaba todo completo y mejor reservar antes porque aquà sólo entran siete en cada turno. Lástima, pero qué le vamos a hacer. Unas veces se gana, otras se pierde y de la cueva tan sólo ves la entrada. Ya volveremos, que hay más dÃas que longanizas aunque este refrán nunca lo acabé de comprender.
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