Tras ver el castillo de Argüeso por fuera nos dirigimos al interior, a echar una ojeadita de lo que tiene. Más o menos es como los castillos de siempre, salas grandes, escaleras, pasillos, otras salas habilitadas para actos:
Alguna reproducción de cómo se vivÃa por aquellas épocas: sin televisión, sin internet, sin móviles, sin muebles de Ikea…
Las dos torres del castillo son visitables, bajo una de las dos hay un hueco que se conserva tal y cómo lo encontraron. No es que sea como para pegar botes de alegrÃa, pero algunas cosas interesantes tiene.
Eso es el único trozo de madera original encontrado bajo los escombros durante la reconstrucción. Poco me parece para la cantidad de madera que suele haber en un castillo, se ve que debió venir de excursión un tropel de termitas vascas y se comieron toda la madera del castillo de una sola sentada dominguera.
Restos de un esqueleto, no sé si enterado o devorado por las termitas, que aunque comen madera a lo mejor prefirieron darle «saborcillo» con un humano.
También habÃa una rueda de molino ligeramente hecha polvo. Esta no vuelve a moler un grano de trigo en la vida.
Aunque no lo parezca, estos son los restos de una gárgola que habÃa en la pared exterior. También está bastante hecha polvo pero se distingue ligeramente el dibujo de la cara y un agujero para que corriera el agua.
¿Qué cómo sé yo todo esto? Nada como leerse los cartelitos que ponen a nuestra disposición para aprender un montón de cosas.
La gárgola debÃa ser prima de ésta otra en bastante mejor estado y que luce junto al tejado de una de las torres. Muy cuadradota, he de reconocer que me gustan más y adornan el triple las que representan figuras mitológicas.
Asomándome a la ventana pude ver en el patio los restos de un enterramiento del año de la nana. Dentro del agujero hay un ataud de piedra sin sus huesos correspondientes, sabe dios donde estarán. Quizá a las termitas vascas les gustó el asunto y se los llevaron para ir chupeteando en el viaje de vuelta.
Aunque se vea bastante mal, en la parte exterior de una ventana del castillo habÃan anidado una familia de cuervos. Me tuve que contener para no acercarme y pegarles un susto de cuidado. Uno, que es asà de gamberro.
Y menos mal que me contuve, porque fijaros quién estaba en otra ventana por la parte de dentro. El mismÃsimo Papá Cuervo mirándome fijamente y bien atento a mis movimientos. Anda que si llego a asustar a su prole no Ãbamos a echarnos unas buenas risas entre él y yo, él intentando sacarme algún ojo y yo intentando darle de lleno con la cámara fotográfica, con un zapato, con la piedra de molino o con lo que primero tuviera a mano, que tras ver varias veces «Los pájaros» de Alfred Hitchcock ya sé como se las gastan los bichos estos.