En recuerdo del «Cabo Machichaco»

Allá por finales del año 1893 atracó en el puerto de Santander el barco «Cabo Machichaco», cargado de material vario así como cincuenta y una toneladas de dinamita, poca cosa, que curiosamente se les había olvidado declarar al puerto, probablemente porque unas toneladas de dinamita abultan poco y es fácil que uno se olvide de ellas.

Por accidente el barco empezó a arder y mientras se desarrollaban las tareas de extinción aquello se llenó de curiosos. Con lo que les gusta a esta gente pasear y ver cosas, me imagino que llegarían andando desde la Vega del Pas para echar una ojeada y de paso charlar un rato con el resto del personal. Las autoridades se enteraron del contenido real del barco pero no mandaron desalojar y acordonar la zona. Para qué, debieron pensar, si el santanderino no es especie en extinción y les privamos de un espectáculo único. Claro, pasó lo que tenía que pasar, fuego más unas toneladas de dinamita igual a explosión del copón, casas que se derrumban, elementos variados que salen volando, una ola gigante que arrastra la gente al mar, etc. Total, casi seiscientos muertos.

El gafe debía acompañar al barco porque meses después, mientras intentaban recuperar los restos de dinamita hundidos en el fondo de la bahía, una nueva explosión se llevaba por delante otros quince currantes. Solo falta que alguno de los tripulantes se fuera a vivir a Inglaterra y pidiera trabajo en el Titanic para acabar de rematar la faena. Podéis leer la historia completa en la entrada correspondiente de la Wikipedia, no os perdáis aquello de «Un guardia encontró dos piernas sobre el tejado de un almacén de maderas, a una distancia de dos kilómetros» que igual encontraron sin saberlo las piernas de Pinocho…

Tres años después inauguraron una estatua (o escultura) cerca del puerto dedicada a recordar la tragedia.

Una cruz, y una matrona en bronce que representa a la ciudad de Santander. Si llega a ser hoy en día veríamos trozos de hierro oxidado, palotes, bloques amorfos de granito y sabe dios qué más. Suerte que por aquella época se ve que eran poco dados a las modernidades exageradas.

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