O por lo menos eso es lo que dice un famoso dicho. Cada uno hace las cosas como sabe, puede o mejor le conviene, sea maestro, alfarero, mecánico o camarero. Y a estos últimos me voy a referir precisamente. Los hay que apuntan las cosas en una libreta, los hay que toman nota en un papel, los hay que tienen incluso una maquinita que manda órdenes a la cocina. Llegados a Cannes, el centro del glamour, elegimos para comer un restaurante en pleno paseo marÃtimo y cuando le decimos al camarero qué queremos, lo apunta en el mantel y se pira a la cocina para encargarlo. Me imaginen ustedes con (aún más) cara de tonto, pues asà me quedé.
Una vez pedimos, comimos y reposamos, llegó la hora de pagar. Satisfecho el trámite, el camarero arrancó ese trozo de mantel que falta para indicar que habÃamos cumplido con la santa tradición de pagar lo que se debe y no escapar corriendo. Por supuesto foto al mantel para dejar constancia del hecho. De haberlo sabido antes, tras el postre le arranco un trozo y a mi demuéstreme que no he pagado.