Es de lo más habitual que nos vayamos a dar una vuelta por el mundo adelante y acabe llegando a cualquier lugar de interés a horas en que está todo cerrado, en dÃas que no abren o justo el único dÃa que se han tomado libre de los últimos cinco años. En cambio a principios de mes retomamos la ruta por el valle del Nansa, aquella interrumpida bruscamente por un cascotazo en el coche, fuimos haciendo curvas aquà y allá hasta llegar a una señal que indicaba el camino hacia las cuevas de El Soplao. Anda, mira, vamos a echar una ojeada que es aquello de allà arriba.
Un par de veces habÃa visto en internet la posibilidad de reservar, un par de veces puede comprobar lo demandadas que estaban esas visitas asà que ni por asomo pretendÃa entrar hoy, tan sólo echar una ojeada a los alrededores, ver las instalaciones y si la visita realmente merecÃa la pena. Este es el edificio principal, con entrada a las cuevas, mirador y restaurante. El exterior es casi todo de cristal o de hierro oxidado, qué bonito, mi material favorito.
Como igual de oxidado está el pirulo picudo con el anillo de los nibelungos que tienen a la entrada del recinto. Espero que la capa de óxido sea sólo superficial, porque si se carcome la base del poste y el poste atina a caer sobre alguien, es probable que tenga dolor de cabeza una larga temporada.
De los nibelungos no debe ser el anillo porque pone «El Soplao» embutido en su perÃmetro. Quizá sea de algún nibelungo que vino por aquà de turismo, le gustaron las cuevas y se hizo un anillo conmemorativo.
Tras media hora zascandileando por el exterior, el mirador, el restaurante, la tienda de souvenirs y visitado el meadero para aligerar aguas menores, me acerqué a coger un folleto en las taquillas. Que curioso, no figura el horario en el folleto. Me acerco a la taquillera y le pregunto en qué horas se puede visitar la cueva. Me responde que o bien dentro de diez minutos o bien a las tres de la tarde. ¿Cómorrlll? ¿Que hay sitio para visitarlas dentro de diez minutos? Esto sà que es tener el santo de cara por una vez en la vida. Me ponga dos entradas inmediatamente que allá vamos. Doce euritos por persona, como sea un bluff me voy a pasar la tarde cagándome en San Pito Pato y en toda su parentela, que no están los tiempos para tirar el dinero viendo chorradas pudiéndolo emplear en otras cosas mucho más importantes.
El resto del proceso es simple. Entras, cruzas un túnel y llegas a un trenecito. Subes a un vagón junto con otro montón de gente, arrancan cuesta abajo y pegando botes vas hacia la puerta de un túnel…
…que es este de aquÃ. Antes de ser una cueva visitable, El Soplao eran unas minas de zinc y plomo. HabÃa siete túneles horizontales cada uno a una profundidad diferente. Excavando el segundo túnel de pronto la pared se derrumbó y apareció la cueva propiamente dicha. Por la diferencia de presión, el aire acumulado en ella fue saliendo por el túnel de la mina y eso es lo que se llama un «Soplao».
Quien quiera conocer la interesante historia de estas minas, puede hacerlo aquÃ. SeguÃamos avanzando con el trenecito y venga foto conmemorativa del interior del túnel. Unos metros más adelante paró, bajamos y comenzamos un recorrido de un kilómetro a pie viendo galerÃas, estalactitas, estalagmitas, lagos y mucho más de lo que evidentemente no hay fotos porque no permiten ni cámaras, ni video, ni móviles, ni nada de nada. Luego echas una ojeada a las imágenes de Google e internet está plagado de fotos de la cueva, Hay que jorobarse, aquà sacó fotos todo el mundo menos yo…
Pero bueno, se disfrutó cantidad. Merecieron la pena esos doce euros. Algunas salas y algunas formaciones de la cueva me dejaron con la boca abierta, como también lo hicieron algunas de las obras de arte que se pueden observar en el exterior del recinto. Por ejemplo este huevo cósmico sobre pared de unos dos metros de alto por cuatro de ancho. Sin palabras me he quedado. Estoy que no duermo desde entonces.
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