Retomamos la entrada de ayer y os explico qué es aquello de los «fenómenos paranormales en el asfalto» que comentaba. Pues bien, según parece, con el peso de la nieve uno de los muros de mamposterÃa que sostiene la carretera ha cedido ligeramente y ya se sabe lo que pasa en estos casos, que como se caiga el muro va la carretera detrás. Para quien no lo conozca, éste es el señor muro averiado. En la foto prácticamente no se aprecia nada, malamente se distingue cómo está algo abultado por el centro. En vivo se notaba bastante mejor.
Lo que sà se apreciaban perfectamente eran los efectos sobre la carretera. Fijaros qué grietas más lucidas y hermosas.
Este trozo de asfalto estaba hundido unos diez centÃmetros. Por si acaso pasé de puntillas y le eché una bronca a mi perro cuando hizo aguas menores contra el muro, a ver si el peso de la meadita va a ser la gota que colme el vaso (nunca mejor dicho) y se carga el muro delante de mis narices.
Ayer enseñaba unos cuántos neveros de tamañito respetable pero fáciles de rodear para continuar la ascensión. A poca distancia de la cima, el nevero mayor del reino impedÃa el paso por las buenas.
Llegados aquà tenÃamos dos opciones, o bien intentar pasar por la derecha, cuestión que no me hacÃa excesiva gracia porque si vas pisando nieve por la ladera y pegas un patinazo, acabas allá abajo y no irÃas precisamente andando, si no rodando entre piedras…
O bien sobrepasarlo por arriba. Pero pisar un nevero de nieve reblandecida al sol es igual a enterrarte hasta los hue… enterrarte mucho, querÃa decir, y no habiéndonos traido las raquetas de nieve ni yo ni los perros, ganas no tenÃa de volver empapado de cintura para abajo (en el buen sentido, ojo), de modo que dimos media vuelta, desandamos lo andado y ya volveremos cuando haya muro nuevo para contar qué tal quedó.