Cada vez que veo la palabra «Palacio» en algún pueblo suelo acercarme a echar una ojeada, aunque sé que aquà son palacios lo que en otros lugares son simplemente casonas señoriales. Pasamos por Ruente a ver la fuentona, vi un cartelote anunciando el «Palacio de Mier» y allá me fui. Con ese nombre lo primero que me venÃa a la cabeza era un hombre de Valladolid cuyo padre también se apellidaba Mier y tuvo la maravillosa coincidencia de casarse con una mujer de apellido Daza… imaginaros qué cruz habrá tenido que llevar durante toda la vida su hijo Jose Luis…
En fin, volvamos al asunto palaciego. Callejeo un poquito por el pueblo y rápido encuentro mi destino, una casona de planta cuadrada bastante maja pero poco espectacular. Ciento veintiocho años ha cumplido ya, a juzgar por el 1886 que preside la valla de la entrada.
Fachada cuadradota, sobria, con balcones, ventanas enrejadas y banquitos para disfrutar tomando el sol.
Como digo, muy sobria, muy cuadrada, pero en perfecto estado y hasta los jardines estaban impolutos. También se le conoce como «El Asilo» porque hasta 1931 era un asilo y colegio atendido por las monjas franciscanas.
Dentro de la finca se veÃan varias construcciones independientes. Buscando algo de información, en su dÃa estaban unidas al palacio una capilla y una serie de construcciones dedicadas a las labores del campo. La capilla ha desaparecido (se supone que desmantelada en la guerra civil) y el resto lo han separado del edificio principal. A mi a lo que se me iban los ojos era al banquito, qué ganas de sentarme ahà a vegetar y hacer la fotosÃntesis un rato pero la vida de fotógrafo reportero dicharachero es tan dura que no permite perder ni un minuto de luz. Y menos si no hay cerveza cerca.
Quizá el elemento más llamativo de la fachada sea el escudo, con esos angelotes en ambas esquinas superiores tocando la trompeta mientras pisan la cabeza de los dos pobres leones a los lados. Impagables sus caras echando la lengua, dudo que sea por el peso de los angelotes asà que será por el olor de los pinreles. Pero no están libres de toda culpa, puesto que a su vez pisan las cabezas de dos sirenas bien dotadas y con cara de resignación.