Si me descuido aquà es donde más tiempo paso cada vez que voy a Cabárceno. El recinto de los osos es tan grande, hay tantos y hacen tantas cosas que van pasando los minutos y yo embobado viendo como saltan, corren, juegan o incluso parece que vayan a echar un combate de sumo.
Sumo no sé si sabrán, pero jugar sà que saben y qué bien que se lo pasan. Sube uno encima del otro, el otro encima de uno, se persiguen, ruedan… y yo en la parte de arriba sacando fotos como loco.
La última vez al que no vi con muchas ganas de jugar fue a éste, o ésta, que no sabrÃa distinguirlos. Se movÃa con dificultad cojeando y no tenÃa cara de muchas fiestas.
Acabó tendiéndose al sol con la pata trasera estirada, que era de la que cojeaba. Fijándome bien y a base de zoom pude ver que en la parte trasera de articulación tenÃa la piel revuelta, como si le hubieran mordido o se hubiera lastimado. No sé cómo harán en estos casos, pero menudo papelón para el veterinario, tener que ir a tratar a un bicho de quinientos kilos en un recinto lleno de elementos similares que sin duda no le harÃan ascos a un solomillo de humano.
Otros con los que me suelo pasar un buen rato es con los leones, sólo que esperando a ver si aparecen por alguna parte. No sé donde se esconderán, pero dos veces que fui, una los vi tumbados a lo lejos y la otra todo lo que conseguà retratar fue un león paseando tranquilamente camino de donde seguramente estarÃan los demás echándose una siesta.
Pero bueno, que no me preocupa porque sobran animales a los que fotografiar. ¿Que no hay leones? Fotografiamos un addax con cuernos y flequillo y todos tan contentos. Por cierto, que menudo susto me metió el primo de los antÃlopes este. Me asomé entre las vallas de madera para fotografiar a uno y concentrado como estaba ni me enteré de otro que se me acercó por un lateral para olisquearme con curiosidad. Cuando de pronto noto algo resoplando junto a mi oreja pegué un respingo de impresión no fuera a tener a mi lado un animal comedor de orejas, o peor, comedor de cámaras…