Paté de pijos

Hay quien dice que Santander es una ciudad de «oseas» y «fijatés». A mi no me miréis, esto sin duda es obra de alguien malvado, malediciente, propalador de infamias y sabe dios qué más, no una bellísima persona ajena a los rumores y dimesydiretes varios como yo, en las páginas de este blog se puede comprobar claramente lo poco dado que soy a meter el dedo en el ojo ajeno… Que haya abundancia de bolsos de marca, de caballitos, cocodrilos, jerseys por los hombros y féminas llenas de Burberrys empujando carritos de bebé llenos de CH’s son casualidades de la vida, hechos inconexos que una mente malvada puede enlazar para construir una opinión errónea. Y claro, de esos polvos vienen estos lodos que a la gente les entran unos antojos gastronómicos de lo más pintorescos.

Quien sabe, a lo mejor estoy ante la génesis de un Ferrán Adriá cántabro y yo sin enterarme. El que hizo el añadido en rojo por debajo creo que tampoco.

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