Creo que cuando nos vamos de paseo por el mundo adelante, salvo que vayamos a caminar por la playa, la parienta me teme. Y aunque sea playa, no se acaba de fiar del todo. Ella sabe de mi querencia por las vistas y las alturas, asà que vayamos donde vayamos va siempre dispuesta a mandarme una colleja tan pronto fijo mi vista en cualquier elevación del terreno superior a un primer piso. Aún asà de cuando en cuando la puedo engatusar y con el cuento de vamos por aquÃ, vamos por allá, qué bonito es esto, qué bonito es lo otro, pasito a pasito la voy encaminando hacia las alturas. ¿Qué vamos a Laredo? Qué señorial la Puebla Vieja, con sus casitas, sus ventanitas, sus cuestecitas…
Que bonito el Monte de la Atalaya, con sus edificaciones, con sus miradores, con sus escaleritas…
Para llegar por fin al punto final, la entrada al complejo fortificado del Rastrillar cuya puerta cruzas con la lengua fuera habiendo dejado un rastro kilométrico de sudor a lo largo de todo el recorrido porque recordemos que lo malo de intentar llegar lo más arriba posible es que todo es subida y subir cansa lo suyo.
Pero eso sÃ, menudas vistas, menuda amplitud visual y qué ganas de dar un empujoncito… lo siento, qué le vamos a hacer si uno es malo por naturaleza y como tal sólo le vienen maldades a la cabeza…
¿Y las vistas de la Puebla Vieja de Laredo desde arriba, con su iglesia, sus casas antiguas y ese espanto de edificio cilÃndrico allà arriba jorobando la retina?
Yo sé que en el fondo también le gustan estos panoramas, los lugares despejados y las alturas, pero más de una vez se le habrá pasado por la cabeza empujarme por el barranco mientras saco alguna de mis fotos y si llego a llevármela conmigo cuando me pegué el hartón de escalones en el Faro del Caballo, a medio camino coge una estaca, hace justicia divina y no salgo vivo de la excursión. Me salva que me necesita como fotógrafo para su blog, que si tuviera sustituto tendrÃa que ir yo con el cuello encogido por si acaso e incluir entre la impedimenta fotográfica un paracaÃdas.