Viendo al diablo a los ojos (II)

Reemprendemos el relato de la aventura montañera que comenzó aquí, mi experiencias subiendo el Monte Candina en plan aventurero. Lo habíamos dejado en un impresionante mirador desde el que se podía contemplar Laredo y el Monte Buciero, el lugar hasta donde me había recomendado ir un montañero de los de verdad, advirtiéndome que más allá las cosas se complicaban notablemente y (con otras palabras) no era ruta recomendable para un dominguero como yo. Ese tipo de consejos que los oyes, entiendes lo que te están diciendo pero el destino siempre hace de las suyas para llevarte por otro lado.

Debería haberme dado la vuelta. Debería, pero echo una ojeada y unos metros más allá veo ¡un árbol saliendo de una grieta en la piedra! Qué barbaro, cómo aprovechó el huequecillo y a ver quien es el guapo capaz de talarlo con ese escudo de piedra rodeándolo.
Arbol en la grieta
Debería haberme dado la vuelta, insisto, pero tras fotografiar el árbol veo que hay una ruta pedregosa que sube. Oye, pues no parece demasiado difícil. Vamos a seguir un rato que seguro que hay cosas interesantes para ver por aquí. «Y donde vea que la cosa se complica, me doy la vuelta y listos». Esa frase que me he dicho tantas veces y siempre resulta ser más falsa que un billete de doce euros.
Subiendo por un pedregal
La ruta se transforma de pedregal en caminito de tierra. Pero mira, mientras siga habiendo camino no hay problema. Además había marcas de sendero de cuando en cuanto, esas líneas de color blanco y rojo o blanco y amarillo que señalizan las rutas más comunes. En fin, con un mínimo de inteligencia debería haber usado mi cámara como catalejo y comprobar que más adelante ni ruta, ni pedregal, ni sendero ni gaitas, pero estaba escrito que hoy tocaba hacer la barrabasada así que directo a barrabasada nos vamos. Anda, si en lo alto del monte allá a lo lejos hay una cabra… si llegan las cabras seguro que puedo llegar yo, que por algo estamos emparentados.
Caminando por la ladera
Huesos en medio del camino… espero que no sean del excursionista que se internó por este camino justo antes que yo. Por que lobos por Cantabria no hay, ¿verdad? Pero osos si. Ay madreee…
Huesos en la hierba
El itinerario se empieza a complicar. Subida, subida y más subida, pero desaparece ese senderillo marcado en la vegetación y malamente consigo ver alguna señal indicadora de ruta. Pues nada, si hay que subir, subimos. Enfilo hacia arriba y llego a un chill-out para cabras, una terraza-mirador con huellas más que evidentes de presencia caprina. Suerte tuve que no había ninguna tomando el sol en ese momento, porque si se cabrea íbamos a tener un ligero problemilla. Además esta vez no llevaba bocata conmigo para sobornarlas.
La casa de las cabritas
¿Qué cuáles eran las huellas evidentes de la presencia de cabras en el lugar? Todo esto. No son conguitos, son conguitos de cabra, que ni son de chocolate ni son comestibles.
Conguitos a gogó
De momento aún se iba llevando la cosa, pero de pronto me encuentro ésto delante de las narices. Menudo pedregal. Cualquier ser medianamente pensante se daría la vuelta y tan contentos. Yo debo tener un problema cognoscitivo que me impide captar las señales que la providencia pone delante mía y lo único que me vino a la cabeza en ese momento fue «pues nada, si hay que subir, se sube».
Ahora toca escalar
Ahora un acertijo. Montaña, piedras y sol, ¿qué os podéis encontrar tomando el sol sobre unas piedras en la montaña? ¿Quién dijo una serpiente? ¡Premio para el caballero! Fui a echar la mano a una piedra para agarrarme y menos mal que paré a tiempo, porque iba directo a una preciosa culebra de collar de casi un metro de largo que estaba intentando ponerse morena. Nos miramos a los ojos. Me quedé tan asombrado que ni saqué la cámara. La serpiente pasó de mi y se escabulló entre las hierbas. Buscando en casa tipos de serpientes que hay por Cantabria encontré ésta interesantísima página gracias a la cual supe que era una culebra de collar calcadita a la de la segunda foto, pero en el momento no sabía ni el género, ni el tipo, ni si era una víbora venenosa o la prima del áspid que se cargó a Cleopatra. Y no es que sintiera miedo, más que eso me quedé boquiabierto porque me encantan todos los bichos y verla así, delante de mis narices, contemplándonos ambos fue de lo más curioso. Ahora, espérate a que vuelva a casa y se lo cuente a la parienta que con el pánico que tiene a todos los seres rastreros (su madre incluida) me va a poner la cabeza loca cada vez que pretenda volver a la montaña.

Volvemos a la faena por el pedregal, poniendo manos y pies sobre las rocas con muchísimo cuidado no sólo para no patinar, sino por no pisarle sus partes a ninguna víbora de cabreo fácil. Pasito a pasito subo el obstáculo para encontrarme a continuación… más subida, aunque no tan complicada, y una cabra que me observan con cara de ¿pero qué hace el tonto éste por aquí? ¿No tendrá un amigo que le diga que la ruta es por la otra esquina de la montaña?
Cabra mirándome con asombro
Cuando digo que la subida no era tan complicada no quiero decir ni mucho menos que fuera fácil. Ni una marca de sendero encontré, muchas piedras, hierbas que patinan, si aquello es la cima y allí hay que llegar, pues para arriba nos vamos. Mi botella de dos litros de agua había palmado ya, dos horas y media de ascensión y ni gota me quedaba. El sol apretando, que para eso era la una y pico de la tarde y yo sudando como un gorrino en San Martín. Fuentes, ni hay ni se las espera. El chiringuito más cercano estaba a kilómetros de distancia. El panorama mejora por momentos.
La cima del monte
Si no quedaba más remedio que subir de nada sirve quejarse, así que seguimos con el mismo sistema de siempre: pasito a pasito, poquito a poquito, sin prisas, pisando sobre seguro, echando ojeadas para buscar los caminos más fáciles y sin agobiarse. Cuando te quieres dar cuenta estás a media subida, cuando te vuelves a dar cuenta tienes la cumbre ahí al lado y acabas llegando, sentándote en todo lo alto y disfrutando de unas vistas del copón. Qué colores, qué mar, qué cielo… y qué bien estaría sentado al sol con un martini a mi lado en un chiringuito de la playa de Laredo, la que se ve al fondo, en vez de cansándome gratis aquí perdido en medio del monte.
Laredo al fondo
Que a todo esto, digo «aquí perdido» porque realmente no sabía ni donde estaba. Si me pones un mapa, más o menos en lo alto de un monte al oeste de Sonabia, pero de ahí no pasaría. Vale, llevaba un smartphone en la mochila así que a base de Google Maps me hubiera enterado… pero ni se me ocurrió. Cai en el tema al llegar a casa, me lo apuntaré en la frente para la próxima. Donde coño estaré… saco la cámara, amplío a todo lo que da y vamos a echar una ojeada a los alrededores. Huy, huy, huuuuuyyyy… que viene la niebla allá a lo lejos, y eso ya no hace gracia. La niebla es algo que no parece peligroso, que incluso viene mejor porque refresca… sí, pero como se cierre mientras estoy aquí en lo alto a ver quien es el guapo que baja todo lo que queda por bajar sin ver tres en un burro. Lo que me faltaba ya. ¡Quietos paraos! ¡Que acabo de ver algo que me sirve de orientación! ¡Aquel arco de piedra allá al fondo a mi me suena conocido!
Sube la niebla
Pues sí, ahí están, los ojos del diablo con un paisano subido encima me imagino que sacándose la foto de rigor. Y si el mirador está allá… ¿por dónde he llegado hasta donde estoy? Y lo que es más importante, ¿cómo salgo de aquí? Camino de bajada no veo. Agua no me queda. Se acerca la niebla. La cosa promete.
El arco de los ojos del diablo

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