Visitando Altamira

Dedicado al noble arte de hacer kilómetros de forma ociosa y relajada cruceme con dos gatos negros lo que me hizo pensar que si uno es mala suerte, dos debe ser malísima suerte por lo menos. Bah, qué tonterías pienso a veces, con lo monos y simpáticos que son los gatitos negros tan lindos y oscuritos ellos, juguetones y saltarines como los que más.

Día siguiente. Mi garaje. Mi coche. Mí líquido del radiador por el suelo. Jodíos bichos negros de mierda, qué clase de mardisión me han echado que me han gafado el día, lástima no tener una escopeta a mano para perseguir gatos negros por el barrio que se iban a enterar, peste de animales, a cañonazos arreglaba el asunto si me dejaran. Mañana mismo me pongo a buscar cepos para gatos en Ebay.

Visita al taller, que queda en el Polígono Industrial de Candina, a la entrada de la ciudad. Dejo el coche y a la espera de que llegue la parienta a recogerme fui caminando por observar qué había por los alrededores y, dado que me habría traído la cámara, aprovechar por si había algo retratable. Nada especial que destacar, así que viendo un par de bares me dije qué buen momento para tomarme una caña. Bar uno: moderno, de diseño, colores grisáceos perfectamente conjuntados, bastante gente dentro. Bar dos: típico de polígono industrial, aspecto más cutre en el sentido de normalito, menos gente, tele con fúmbol. Al segundo directamente, si algún día se cruza en mi vida la oportunidad de fotografiar una cucaracha bailando el casatschok sobre la barra, seguro que no es en un restaurante como el primero. Y lo que es peor, me gustan ese tipo de bares porque los otros son fríos, impersonales y seguro que sin manchas de grasa entre las páginas del Marca.

Acerté plenamente. Entro, pido una caña. Aunque no lo parezca en la foto, aquello se pasaba del medio litro y venía con un trozo de pan, una rodaja de tomate encima y salsa alioli sobre un plato con diseño de vaca desteñida.

Como iban siendo más que horas de comer, qué bien entró, qué rico estaba y qué bien me sentó la cervecita. Llega la hora de pagar y me dicen que un euro y medio. Casi me da la risa tonta, dejé medio euro de propina y me miró el camarero como si fuera el rico del barrio, no debe ser muy habitual lo del 33% de propina pero coño, es que un bar así hay que contribuir como sea a mantenerlo abierto.

Al final me recogió la doña, algo se extrañó al verme sacar la cabeza por la ventanilla, cantar y saludar con la manita como si fuera el Rey a los vehículos que nos cruzábamos, pero como ya está acostumbrada a que uno tiene sus cosas de cuando en cuando, me dejó estar.

Total, que ya estoy deseando que se me averíe el coche otra vez para volver a visitar el Bar Altamira, que así se llama aquel emporio del buen picoteo y mejor beber.

Lo sé, viendo el título de la entrada, la distinguida clientela que lee este blog se hacía a la idea que un servidor por fin había ido a visitar la cueva más famosa de España, con sus pinturas de bisontitos, sus estalactitas, sus estalagmitas y esas otras piedras que andan por allí sueltas. Como para visitar cuevas estaba por la mañana con el hambre que tenía. Y como para visitar cuevas estaba por la tarde con la moña que calzaba…

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