Visita a Bilbao. En el exterior del Guggenheim Puppy está en obras, lo tienen cubierto por andamios y una lona con su imagen más florida.
Calor, mucho calor. Treinta y cinco grados al sol y ni gota de aire corriendo. ¿Qué hacer un dÃa asÃ? Cualquier cosa menos callejear y agotarse andando. Terraceo, cervezas, no cansarse mucho y por la tarde visita al Museo de Bellas Artes donde tienen una exposición de vestidos de alta costura franceses de los años 50. A mi me importa entre dos y tres pepinos, pero a la jefa sà que le llenaba el ojo asà que la visita era de obligado cumplimiento, lo cual no quita que tras una ojeada rápida me sentara en un «Punto de lectura» con el móvil para ver vÃa internet otras historias variadas. Los vigilantes que cada cierto tiempo pasaban por allà cerca debieron pensar menudo ceporro, tanta cultura a su alcance y él en una esquina seguro que chateando con el whatsapp. Para un dÃa que no me apetece visitar un museo menuda fama me debieron echar.
Y ahora confesaré un secreto oscuro de mis visitas bilbaÃnas. Por increÃble que parezca, cerca del Corte Inglés hay un restaurante oriental (chino, para entendernos)… que hasta me gusta la comida y todo. Asà que las últimas veces que visitamos esa ciudad, emporio de la gastronomÃa, paraÃso de las comilonas, aunque suene a herejÃa acabamos comiendo allÃ. Claro que no somos los únicos. A pesar de ser enorme, la penúltima vez a las tres de la tarde daban cuarenta minutos de espera a los que no habÃan reservado. Hasta la cerveza es medianamente aceptable, fresca y ligerita tipo Amstel, Cruzcampo y similares. Será hecha de meaos orientales, pero mira, ojos que no ven…