El ascensor de Begoña

Ya es sabida mi afición por las alturas, en cuanto veo un sitio donde se puede subir y sacar fotos desde lo alto allá me voy o, como es el caso de hoy, me lo apunto hasta que tengo ocasión de poder hacerlo. Esto mismo me pasaba en Bilbao. Desde el puente que va al ayuntamiento le había echado el ojo varias veces a una torre gris por la zona del casco viejo.
Ascensor de Begoña I
De cerca me recordaba, salvando las distancias, al monumental Elevador de Santa Justa lisboeta. Buscando información en internet descubrí que se trata del «Ascensor de Begoña» y es visitable, así que un día que la parienta estaba de tiendas me fui caminando a solucionar mis dudas existenciales en materia elevadora.
Ascensor de Begoña II
Primera diferencia con el de Lisboa. Mientras que aquel tiene una entrada monumental y destaca en una placita entre dos calles, éste tiene una entrada de andar por casa que si no vas atento pasas por delante y ni te enteras.
Entrada al ascensor
Entré. Eché una ojeada y parecía el portal de una casa, pero una casa cutre. Me esperaba una taquilla, algún cartel indicador. Nada de nada. Dos puertas de ascensor del mismo tipo que hay en cualquier bloque de pisos y para de contar. Salgo afuera para comprobar si acaso me equivoqué de portal pero no, es éste. Pues nada, habrá que esperar a que se abra el ascensor, a ver qué pasa.
Billete para el ascensor de Begoña
Y se abrió. Dentro había una persona con su taburete, su libro para no aburrirse, iluminado por una luz mortecina y amarillenta que debía causarle media dioptría con cada página de texto. Me cobró 0,45 euros por subir unos veinte segundos y aquí me dejó. La primera impresión es que te has metido en un agujero espacio-temporal y te han teletransportado a un hospital abandonado de Prypiat, al lado de Chernobyl.
Salida del ascensor I
Este es el pasillo de salida de los ascensores camino de un parque. Muy cutre, pero como desde esas ventanas hay unas vistas impresionantes de Bilbao, pues mira, se les perdona.
Salida del ascensor II
Aquello verde del fondo son unos carteles conforme la plantilla del ascensor llevaba tres meses sin cobrar. Francamente no me extraña. Era sábado, en la media hora que anduve por los alrededores sólo subi yo. A ese ritmo harían 0,90 euros cada hora, unos 11-12 euros diarios y con eso mantén ascensor y paga plantilla. Me imagino que estará subvencionado por ser algo histórico, de otra forma es un verdadero milagro que haya sobrevivido hasta hoy.
Carteles en la salida
Salida en dirección al parque. Aspecto exactamente igual de cutre, dejado y descuidado. Aprovecho la parejita para meterlos en el encuadre y tener una referencia del tamaño de las cosas.
Pasarela al ascensor
Las vistas desde lo alto son siempre diferentes y más llamativas. Ahí se puede ver la plaza nueva, el campanario de la catedral y al fondo el Bilbao Arena, el pabellón deportivo de Miribilla.
Vistas desde arriba I
Este ya lo había visto otro día que nos equivocamos de salida de la autovía y aparecimos por aquel barrio. Me paré a sacarle un par de fotos porque el aspecto exterior es muy llamativo.
Bilbao Arena I
Sobre todo destacan esas chapas verdes que recubren la parte superior de los lados como si fueran escamas de un cocodrilo. Espero que las hayan atornillado bien, porque como se caiga una, al que pille debajo lo corta en dos.
Bilbao Arena II
Seguimos recorrido por el ascensor de Begoña. De allí pasamos al parque Etxebarría desde el que disfrutar con las vistas de la ría y la torre Iberdrola.
Vistas desde arriba II
Torre que ha pasado a ser, con diferencia, el edificio más alto de Bilbao gracias a sus 165 metros de altura divididos en 41 plantas. El puesto lo ocupaba hasta hace poquito la torre del BBVA con 88 metros y 21 plantas. Debido a la perspectiva parecen casi iguales pero situándote al pie de cada una se nota que la Iberdrola es mucho, pero mucho más alta.
Las dos torres
Otras que le andan cerca son las Torres Isozaki, de 83 metros y 22 plantas, visibles también con su acristalamiento oscuro al pie del puente Zubizuri. Allí al fondo se distingue incluso una esquinita del Guggenheim.
El río y el Zubizuri
Para bajar no utilicé el ascensor, sino esa costumbre de callejear «a ver dónde aparezco», algo que mereció la pena por la cantidad de cosas nuevas que pude ver, aunque eso ya es historia para otro día.

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