El día grande de las fiestas

En la entrada anterior sobre las fiestas de Santander dejaba en el aire si iría o no el día grande, la noche del día 24 a ver los fuegos artificiales del Sardinero. Como me picaba la curiosidad allá nos fuimos. Habíamos aparcado en el centro y la idea era coger un bus hasta el Sardinero por si acaso se montaba mucho barullo de tráfico. Sobre las nueve vi que todo estaba tan calmado que optamos por coger el coche e irnos hacia esa zona. En mal momento tuve semejante idea, fue llegar y encontrar un follón de tráfico superlativo, coches aparcados de cualquier manera en rotondas, aceras, esquinas, jardines y no aparcaban en el mismísimo césped del estadio porque no cabrían, que sino allá se iban seguro. Ningún sitio para aparcar ni cerca, ni lejos, ni en aparcamientos, ni en callejuelas ni en lo alto del faro de Cabo Mayor. Bueno, pues nada, retomaremos la idea original, nos volvemos al centro y en el primer sitio que encontremos dejamos el coche y nos vamos en bus.

Cuatro kilómetros después, casi llegando a donde habíamos estado aparcados antes tuvimos la bicoca de encontrar unos que salían. Dejo el coche y nos vamos a la parada del autobús. Qué digo autobús, lata de sardinas porque venían llenos a presión, con la gente apiñada hasta en las escalerillas delanteras y ni siquiera se detenían en la parada. Hablando con un matrimonio de señores mayores que estaban esperando también nos dijeron que llevaban esperando cuarenta minutos y ningún autobús paraba. Pues vamos buenos… a grandes males, grandes remedios, primer taxi libre que vi lo paré para que nos llevara y charlando con el taxista nos comentaba que con los tres días de la fiesta salvaban el mes, porque los veinte días anteriores habían sido de ruina y mira que se ven turistas y gente de fuera, pero no pillan un taxi ni de broma. Algo le podría haber dicho sobre los precios y que por hacer cuatro kilómetros cobren casi cinco euros, pero mira, estamos en fiestas y para que vamos a estropear el ambiente festivo…

Como uno es nuevo en esto no me imaginaba que lo realmente gordo, casetas, atracciones, noria, mercadillos, casas regionales y demás estaba alrededor del estadio de fútbol, de ahí el lío de tráfico. Cienes y cienes de personas humanas reunidas en los parques, jardines y casetas de papeo, casi veinte minutos para pedir unos pinchos y dos bebidas. Esto me recordó el famoso álbum de Supertramp «Crisis, what crisis?» qué traducido al castellano era «¿Crisis? Qué coño crisis ni qué ná…».

Cerca de las once de la noche iban a empezar los fuegos artificiales. Nos dijeron que iban a ser en un sitio donde había un todoterreno en la arena y allí nos quedamos con otro montón de personal, fijaros toda la gente que había a la espera de la sesión de entretenimiento y por lo menos tres docenas de luces de yates en el mar a la espera de verlos en su espacio privado sin estar achuchados por un gentío alrededor.

A nuestra derecha había mucha, pero mucha más gente y un edificio de por medio. Así a bote pronto no caí en pensar porqué se iba toda la gente a la derecha si los fuegos eran por aquí y aún había sitio libre. No hizo falta mucho tiempo para saber la respuesta. Mierda, me habían engañado, no eran aquí, eran allá y el que se quedaba con el edificio tapando la mitad del espectáculo era yo… dios mío, qué difícil es el primer año de las fiestas, pico en todas las que se pueden picar…

Y oye, sí, los fuegos eran bonitos, se veían explotar y expandirse perfectamente pero para una vez que cargo con la cámara tener que sufrir un edificio en primer plano de todas las fotos no me hacía mucha ilusión.

Echamos a andar hacia la derecha pero claro, imposibilísimo acercarse a la zona de primera fila donde sacar las fotos sin gente delante y con el mar de fondo. Así que a jorobarse, hala, fuegos y gente.

Y gente y fuegos. Para el año que viene ya me pilla con la lección aprendida. La verdad, para ser la primera vez que fotografío unos fuegos artificiales me quedé asombrado que hasta salió algo decente (sobre todo las dos primeras) contando que fue todo a pulso, porque llevar llevaré la cámara, pero pretender que lleve también el trípode eso sí que es pedirle peras al olmo.

Finalizada la sesión pirotécnica toda la gente se fue dirigiendo hacia la fiesta, las atracciones y las casas regionales donde había comida típica de ocho o nueve comunidades autónomas. Destacaba sobremanera una noria gigante y una especie de mástil enorme del que colgaban unas barquillas en plan tiovivo. A la vez que las barquillas giraban rapidito te iban subiendo y acababas dando vueltas en lo alto del mástil. Porque no soy cabroncete, que sino tiene que ser una gozada cenar un cocido lebaniego o un cocido montañés, meterte con el buche a reventar en la atracción ésta que seguramente es capaz de hacerte echar hasta la primera papilla materna y una vez arriba reirte un montón pensando cómo se va a poner alguno de abajo cada vez que te dé una arcada. Y esta vomitona de garbanzos va por usted, maestro…

Dejemos de soñar y divagar, que uno aquí viene a ejercer de relator y no a hacer el proyecto fin de carrera del Máster de Guarrerías y Putadas varias. Por supuesto, experimentos fotográficos varios con la noria a mayor o menos velocidad de la cámara y otras fotografías de la parienta tras obligarme a comprarle un lazo rosa de plástico para el pelo con luz intermitente incorporada y una varita mágica tipo Harry Potter también con lucecitas. Esas sí que no se pueden mostrar porque sabe dios donde acaban y pueden eliminar en segundos el prestigio acumulado durante años.

Finalmente os dejo otra foto de la parte de la fiesta a eso de las doce de la noche. Llenito, gente en los sitios de comer, en los sitios de jugar, en las tómbolas, en una especie de mercadillo… está claro, a disfrutar, que son cuatro días y dos de ellos llueve.

Por suerte el tiempo atmosférico se comportó, no llovió y hacía una noche tan buena, tan bien de temperatura, que a la hora de volver al coche no vimos autobuses, no vimos taxis, había una cola de unas cincuenta personas en la parada de taxis del Casino de Santander, empezamos a pasear tranquilamente y cuando nos dimos cuenta teníamos nuestro vehículo delante de las narices. Fin de la jornada y fin de fiestas para nosotros hasta el año que viene, que volveremos y volveremos a contarlo.

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