Hace ya tiempo, concretamente a finales de octubre del año pasado, un sábado de esos en que la parienta andaba liada con sus cosas aproveché para acercarme al Panteón del Inglés, una pequeña construcción al pie de un acantilado no muy lejos de Cabo Mayor. Aparqué cerca de un campo de fútbol y ¿véis ese caminito de ahà enfrente? Por ahà mismo me metÃ, a pesar de las advertencias.
Será que te avisan para que tengas cuidado con el acantilado. Ná, tranquilos, acostumbrado a ejercer de cabra montés calzado con mis zuecos de colores, hoy que vengo con las botas de verdad soy el rey del mambo, puedo bailar como Fred Astaire sobre las piedras sin correr el menor riesgo ni dar un mÃsero paso en falso.
Quien me iba a decir que el asunto no era por el acantilado, sino porque el caminillo bordea un campo de tiro por suerte abandonado, que si voy caminando y de pronto empiezan a silbar los tiros a mi alrededor o me confunden con un conejo gigante, la cosa iba a dejar de tener gracia por muchas botas con pedigree que lleve calzadas.
Caminando chino chano llegamos a un lugar desde donde se divisa el Panteón y unos cuántos pedruscos que hay en su entorno. Unos cuantos no, unos bastantes que sobresalen del suelo como si fueran muelas. Echad una ojeada a través del Google Maps y lo veréis mejor. ¿Y aquel palitroque que sobresale del mar a la izquierda? Una de las boyas de la Virgen del Mar, claro.
He aquà el afamado Panteón. Construcción sencilla y curiosamente muy limpita y muy blanquita para lo que se estila hoy en dÃa, que si no es el musgo el que afea las paredes son los cafres con rotuladores y sprays quienes hacen esa función.
La puerta no es que sea nada del otro mundo. Cumple su función y adorna sin estridencias. Si en tiempos pretéritos tuvo un cristal protector, reseñar que ahora lucÃa desnuda y sin acristalamiento alguno, cerrada con un candado y sólo con unas ligeras motas de óxido. Milagro entre los milagros porque teniendo los efluvios salinos del mar a tan corta distancia raro es que la herrumbre no campe a sus anchas por doquier. Jesús… tengo que dejar de tomar esta marca de cerveza que me hace hablar rarÃsimo…
El interior del Panteón está hecho una piltrafa. Esperaba encontrarme un sarcófago, una tumba, una lápida o algo asÃ. Pues nada de nada. Suelo de piedra, paredes encaladas, algo de suciedad y nada más. Ah, si, una placa al fondo.
En esa placa se cuenta la historia del Panteón, cómo fue construido en homenaje a un amigo inglés que se mató por caerse del caballo allà mismo. Si se cayó encima de una de las piedras no me extraña en absoluto, porque mira que son grandes y tienen pinta de ser duras. Lástima, de haberme acordado le podÃa dar un cabezazo a alguna para comprobarlo, aunque la prueba puede no ser del todo imparcial porque a cabeza dura no sé yo si me ganarÃa la piedra.
Menudos pedrusquitos y menudo acantilado el que nos encontramos por la parte de atrás, un montón de metros de caÃda hasta el mar. Suerte que iba sin parienta, porque eso de verme ejerciendo de Rebeco de los Pirineos no lo suele llevar nada bien aunque me lleve las botas buenas. Se pone nerviosa y al final siempre me acaba cayendo alguna colleja. Tampoco es para tanto, coño, si caes del acantilado por lo menos palmas con gloria y sales en el periódico, más triste es morir atropellado por un coche sin carnet que debe ser la antÃtesis del glamour a la hora de palmarla y ni se le puedes contar a los conocidos bajo pena de verlos escojonarse de risa.