Por fin, y tras el recorrido monte a través descrito en la primera parte, y desviarme a la derecha en un cruce no muy bien señalizado llegué por fin al inicio de una bajada hecha a base de escaleras.
El cartel ya lo avisaba, bajada peligrosa de 700 escalones. Setecientos. Muchos escalones. Pero muchos, muchos. En el cartel deberÃan recordar a la gente que aquellos que los bajen, luego los van a tener que subir de nuevo, que no es moco de pavo.
Primer tramo de la bajada. Un cable de acero enganchado a clavijas en la pared hace de pasamanos. Allà al fondo se ven dos personas paradas tomando aliento. Cuando me los crucé tenÃan cara como de muy cansados. Hay que ver cómo la naturaleza me mandaba claras señales sobre lo que me esperaba y cómo la curiosidad por ver el faro me hizo ignorarlas todas.
Esta es la continuación del tramo anterior. Entre el uno y el otro asà a ojo habrÃa unos ciento cincuenta escalones. O sea que tocarÃa hacer casi cinco tramos como éste. Escrito no parece ni la décima parte de horroroso que vivido, os lo garantizo.
Baja, baja, baja, sigue bajando, claro, bajar es la leche de fácil y casi ni te enteras, hasta llegar al último tramo que va hasta ese peñasco.
Y detrás del peñasco aparece el faro, el famoso faro del Caballo, noveno y último de mi lista. A pesar de estar donde está, visitantes habÃa unos cuántos.
Primer plano del faro, abandonado, casi en ruinas, sin cristales, sin linterna, sin puerta y con esa pintada en la entrada. De no ser por el entorno, aquà no vendrÃa ni el Tato.
Porque el entorno, ay madre, eso sà que era espectacular. Vista de los acantilados hacia el sur…
…y vista hacia el norte. Montañas que caen a plomo hacia el mar, cuevas entre las rocas, agua de color azul turquesa… de no ser por lo friolero que soy y por mis poco recomendables experiencias bañÃsticas en entornos hostiles, casi daban ganas de darse un chapuzón.
Continuará en la tercera y última parte, la del sufrimiento sin lÃmites. Próximamente en sus pantallas.
4 comentarios Escribir un comentario