Es increÃble lo de este otoño. Llevamos no sé cuántos dÃas de solazo, la previsión incluso indica viento sur y temperaturas entre veinticinco y treinta grados los próximos dÃas. Hay gente que de broma dice que estamos a ochenta y siete de agosto, porque el tiempo casi corresponde a ese mes. Aquà casi todos encantados con este solete (excepto los de las tiendas de ropa que no venden ni una gabardina) pero la cosa tiene sus desventajas. Ayer nos pasamos por la cascada del rÃo Asón. ¿La véis?
¿No? Pues yo tampoco. El rÃo Asón está más seco que la mojama. Nada que ver con lo mismo pero en invierno, ahà está la carretera haciendo un zigzag contÃnuo y a la derecha deberÃa caer un enorme chorro de agua. Pues nada, ni gota.
Esta es la vista en detalle del lugar donde deberÃa haber una cascada. Se ven las huellas negras de la roña que va dejando el agua a su paso, arriba está el agujero donde nace el rÃo pero sale tanta agua como de las dunas del Sahara.
Comparando la foto anterior con la de otro año vemos que ni hay rÃo, ni los árboles se deciden a mostrar esos colorines otoñales amarillo rojizos tan resultones.
Evidentemente si en el nacimiento no nace ni gota, unos kilómetros más adelante lo único que queda en el cauce del rÃo son piedras y más piedras.
No es que el agua sea transparente, no, es que es ausente que no es lo mismo. El curso del rÃo convertido en un pedregal. Menudo dilema. Viendo esto dan ganas de que empiece a llover para que los rÃos recuperen su esplendor, los bosques su verdor y las flores su primor (a hortera me ganan pocos), pero pensar en meternos ya en el otoño con lo bien que se está paseando por el mundo adelante al solete y dándole a la cervecita en alguna terraza… como que no, que se aguante el rÃo un par de semanitas más y luego si eso ya hablaremos.