Sarna con gusto no pica

Como ya indiqué en un comentario, este fin de semana tocaba cumplir con mis deberes maritales. Es decir, asistir como fotógrafo esclavo a un evento a celebrar en el Meliá de Bilbao, un hotel de cinco estrellas a quinientos metros del Guggenheim que por fuera es de lo más normalito pero por dentro el diseño es precioso, muy lineal, mucha madera, fino pero sin estridencias ni dorados.

Pasillos con zonas acristaladas en vez de barandillas desde las que ver el hall a veinte metros de altura, paneles como éste con espejos y pintados en varios colores, etc. Lo del suelo ya es otro cantar, correspondía a la decoración de una de las habitaciones. Fotográficamente, un horror de iluminación. Lo mismo había unas zonas en sombra que otras con luz natural (blanca), artificial (amarilla) o una mezcla de ambas. Para estos casos le enchufo el flash a la cámara y tira p’alante que a este mundo hemos venido a sufrir, no a pensar.

El evento se llamaba «Bilbao Fitting Room» y consistía en que en cada habitación de la segunda planta del hotel un diseñador de ropa, complementos o joyas exponía sus creaciones. El evento estaba abierto al público que podía entrar, ver, curiosear, charlar con los autores e incluso comprar directamente.

La jefa formaba parte de un grupo de diez blogueras invitadas por la organización a las que hacían pases privados y mostraban todo de una forma mas detallada (dentro de lo que cabe), porque una vez estaban los diseñadores, diez blogueras y dos de la organización en alguna habitación aquello parecía un remake del camarote de los hermanos Marx.

Para tratar de reducir las aglomeraciones acordaron que los que íbamos de fotógrafos (otra chica y yo) no entrásemos a la vez así que una vez salían de una habitación, entrábamos nosotros y sacábamos las fotos que quisiéramos. La idea era hacer una segunda vuelta por la tarde para ver aquello que más destacaba así que ahora sacaba un par de planos generales, alguna de las obras en detalle, a los autores y al sobrar tiempo me ponía de cháchara con ellos, más distendidos al verse libres de la invasión de blogueras preguntonas.

Para qué nos vamos a engañar, como a ellas solían darles algo, ya de paso iba rapiñando lo que se podía que sacar fotos da mucha jambre. Unas galletas, bombones, gominolas e incluso dos chicas tenían un vino blanco de la zona de León que estaba de vicio. Eso de empezar a soplarle antes de las doce de la mañana es un poco fuerte, pero mira, aprovechemos que sólo es pecado si lo haces en domingo.

En las fotos anteriores véis como era el asunto, había quien decoraba la cama, quien montaba el stand sobre ella o quien aprovechaba el carrito de las maletas como perchero improvisado. Incluso había quien ejercía de DJ en el baño de la habitación.

Total, que hasta las ocho allí metidos viendo cosas, hablando con unos y con otros, la jefa repartiendo tarjetas y haciendo contactos. Yo saludando aquí, allá, royendo lo que podía, lástima que no hubiera jamón que en estos sitios ponen del bueno y no del que está de promoción en el Carrefour. Ah, bueno, a eso de la una y pico el Corte Inglés les hizo una muestra de material de cosmética en un salón aparte y allí además de un montón de pinchitos que estaban de vicio pusieron un coctel de Grand Marnier que estaba muy rico a pesar de que tendría ochenta grados por lo menos. Cuanto más se disolvía el hielo y más se rebajaba, mejor sabía.

Fue un sábado de pringue porque uno preferiría andar por el monte perdido viendo hayas y cabras que no en un cinco estrellas rodeado de diseñadores/as, joyas y modelazas de metro ochenta luciendo vestiditos, pero mira, peor hubiera sido quedarse en casa limpiando y planchando así que sarna con gusto no pica. Eso si, pasando por Bilbao nunca falta un ratito para ir a retratar a Puppy sobre todo ahora que luce en todo su esplendor con el colorido de las flores. El ratito que salimos a fotografiarlo fue el momento que escogieron las nubes para descargar un chaparronazo sobre Bilbao. Si no fuera porque soy de lo más inocentón casi diría que aquello fue adrede…

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