Yendo a Oviedo es visita obligada pasarse por el Monte Naranco, a las afueras aunque perfectamente señalizado. Allà es donde se encuentra la archiconocidÃsima iglesia prerrománica de San Miguel de Lillo, construida ni más ni menos que hacia el año 842, que ya son añitos.
Y también Santa MarÃa del Naranco de la misma época que la anterior. Otra ermita tan conocida que sobran las palabras.
Visitar, se pueden visitar, salvo que vayas con tan buen ojo como yo. Si pasas por allà un domingo a las cuatro de la tarde, ambas están cerradas y te quedas con las ganas.
Siguiendo la carretera se va hasta un mirador que también merece la pena. Llegar es muy fácil, enfilas el coche en dirección al cristo que se ve en lo alto de la montaña y hala, derechito sin desviarse.
Y es que el Cristo tiene un tamañito respetable, muy fácil de ver desde los alrededores y, si nos ponemos, hasta apto para ser usado como referencia en la aproximación de los aviones al aeropuerto de Asturias.
Justo enfrente sólo una barandilla nos separa de las mejores vistas de Oviedo, ciudad llana, uniforme, armoniosa, equilibrada, sólo afeada por ese mamotreto de color blanco que ya sabéis a qué corresponde.
Y como no, el lugar más alto de los alrededores tenÃa que ser agraciado con un vértice geodésico que no pude evitar retratar. ¿Qué tendrán estos palitroques de cemento que tanto me gustan? ¿Será por estar siempre situados en lugares altos con buenas vistas en los que disfruto como un enano y por solidaridad le acabo cogiendo cariño a los vértices?