Un saltito a Burdeos (I)

Una curiosidad: en Galicia, las vacaciones escolares de Semana Santa era toda la semana del Jueves Santo y Viernes Santo. En Cantabria no, aquí son Jueves Santo, Viernes Santo y toda la semana siguiente, con lo cual resultan once días seguidos en vez de los nueve habituales. Si aquí estamos de vacaciones y el resto del mundo no, eso significa menos aglomeraciones, precios normales en los hoteles y menos probabilidad de sufrir sablazos. Pues hala, nos vamos a Burdeos que sólo queda a cuatro horas (y mil peajes) de Santander para ver qué tal es.

Gran sorpresa. Me encantó. Llana, muy monumental, cruzada por el río Garona, fácil moverse gracias a los tranvías, ambientillo por las calles, gente super amable y educada, por supuesto un montón de fotos así que os podéis ir esperando otras tantas entradas sobre lo que vi. Empezamos con la parte de la ciudad que da al río, un estilo de casas típicamente francés.
Perfil de Burdeos
Esto por la zona del centro histórico. En cuanto te salías de allí cada vez iba pareciéndose más a Portugal, con sus fachadas avejentadas, puertas del año de la nana y plantitas saliendo de las aceras. De los callejones ya ni os cuento, algunos metían verdadero miedo.
Puertas de Burdeos

Cruzamos al otro lado del río y tenemos puente, todas las casas de la misma altura sin estridencias ni rascacielos en el horizonte y la iglesia de Saint Michel con su campanario separado. Según leí lo hacían así para evitar que las vibraciones de las campanas afectaran al edificio principal. Menudo hartón nos pegamos a visitar iglesias, diferentes de las de aquí y con mucho que ver. Ya irán saliendo poco a poco.
Iglesia, río y puente
En la Catedral de Burdeos pasa lo mismo. Campanario separado, que es la torre Pey-Berland. Además es visitable y se puede subir arriba del todo «sólo» con 231 escalones. Pan comido para los que fuimos al Faro del Caballo.
Torre Pey-Berland
Aquí dentro de la Catedral, con sus dorados correspondientes. Muy alta, muy señorial y con muchos detallitos en los que fijarse. Para empezar no tenían los típicos bancos corridos, sino cienes y cienes de sillas individuales, la primera vez que veo tal cosa.
Catedral de Burdeos
El Palacio de la Bolsa… bonito de día, precioso de noche con el «Espejo de agua» justo delante.
Palacio de la Bolsa de noche
Callejeando podías encontrarte cualquier cosa al doblar una esquina, como este «cabezón» al lado del teatro de la Opera.
El cabezón
O una puerta medieval en medio de la calle. De éstas hay unas cuántas en varios puntos de la ciudad.
Puerta medieval
Menuda fuente la que está junto a la columna de los Girondinos, llena de estatuas de este tipo, con mujeres, medio caballos medio sirenas, gallos… ya veréis, ya.
Estatua en la fuente
Y por supuestísimo… ¡¡¡candaditos!!! De esos que no falten.
Candados frente al río
No os imagináis el tráfico de bicicletas que hay por la ciudad y la velocidad a la que te pasan por todos lados. De puñetero milagro no hay más muertos, porque a mi que suelo andar caminando despistado fijándome en todo alrededor no me atropellaron media docena de veces porque San Apapucio de Tarento (patrono de los indeseables) no quiso.
En bici y a lo loco
¡El tranvía! Menudo invento. Tres líneas que recorren la ciudad, compras un billete de 1,40 euros y durante una hora puedes hacer todos los trasbordos que quieras. Cada seis o siete minutos pasa uno en cada dirección. Hay abonos que por 4,30 euros te ofrecen viajes ilimitados durante un día o abonos de siete días por once euros y pico. Es como el metro, pero por la superficie. Incluso a veces nos subíamos cuando ya no podíamos con los pies de tanto caminar y hala, tira millas en tranvía para seguir viendo la ciudad mientras descansamos sentaditos.
Tranvía de Burdeos
Por el centro mucho ambientillo, mucha gente por las calles comerciales y el viernes por la noche… ejem… juventud, divino tesoro. A mi lado una pareja de policías viendo con cara de «madre mía cómo van y no son ni las doce» a éstos y otra media docena de carritos similares que circulaban cantando por la calle dando la nota pintoresca.
De fiesta por Burdeos
Además hay cosas que sorprenden, como que dejen entrar a los perros (no sólo los lazarillos) en el tranvía y en los restaurantes. Los franceses tendrán sus cosas, pero todos con los que me crucé fueron muy educados, a pesar de que chapurreo malamente su idioma no hubo problemas ni en el apartamento, ni para ir de un lado a otro, ni para cenar, ni para beber, ni para comprar cosas, vamos, que encantado de la vida. El shock fue al volver. Acostumbrado al bonjour por todos lados, a tanto «Merci Monsieur», me paro en el primer peaje de España, le doy las buenas tardes al señor cobrador y me mira con cara de asco, de estarme perdonando la vida, me cobra gruñendo y ni una palabra. El segundo peaje, una señorita (fea como un cantorrodao, todo sea dicho). «Buenas tardes» y me responde farfullando algo incomprensible. Ahí, ahí, siempre animando al cliente. Anda que no nos queda por aprender…

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