La odisea del Faro del Caballo (y III)

Y vamos por fin al tercer y último capítulo de la subida y bajada al faro del Caballo. Tras la primera parte, la aproximación, vino la segunda, la llegada. Si hubiera que darle nombre a estar tercera, sería «el via crucis» más que la vuelta. En principio seguía viendo el faro, las escaleritas de piedra para subir a la torre que me recordaban ligeramente aquellas con semáforo en la iglesia de Santa Luzía, en Viana do Castelo.
Escalera de subida a la torre
Estas son las vistas desde la parte superior del faro. El día acompañaba, calorcito pero sin exagerar y buena luz. Allí al fondo veréis un barco que se acercaba. Sale del puerto de Santoña y hace un recorrido turístico por la zona similar al que hicimos desde Santander.
Vista desde la cúpula
Desde el faro hasta el agua aún había otros cien escalones que bajé por ver cómo era aquello. Casi al llegar al mar hay una pequeña plataforma con una liana por si alguien se quiere tirar al agua en plan Tarzán. Evidentemente me abstuve, he decidido dar de baja cualquier actividad que pueda acabar con mi cabeza rota o estampado contra el borde del acantilado.
Cuerda para saltar
Bien, ¿lo he visto todo? Pues sí, creo que no me queda nada. Un traguito de agua, un momento de descanso y emprenderemos la vuelta. Echo una ojeada a las escaleras y… coño… empiezo a darme cuenta de la realidad del asunto, que son muchas, que son muy empinadas y que mis musculillos de piltrafilla van a sufrir las consecuencias. Este es el acantilado. Las escaleras empezaban abajo a la derecha y salían por arriba casi a la izquierda. Pero ese era sólo un tramo. Había máááááás, muuuchas máááááás.
Aspecto de la subida
Cuántas veces vi esta imagen. Me encontraba frente a una serie de escaleras, sube, sube, sube, giraba una esquina y ¿qué aparecía? Otra vez lo mismo, más escaleras. Una y otra vez, una y otra vez, a ver si me he metido en un universo de escaleras escherianas y es el cuento de nunca acabar.
Un tramo de subida
O peor aún, una imagen así, una hilera interminable de peldaños. Madre mía… empezar, empiezas a subir con tranquilidad sabiendo que la cosa va para largo. Cuando llevas cien escalones ya estás hasta las narices y te empieza a rondar por la cabeza la operación matemática «setecientos menos cien igual a seiscientos peldaños que te quedan por subir». Fijo que aquí me dejo los higadillos. Porque además no es que los escalones fueran bajitos, al ser tan empinados algunos tramos, tenían los peldaños tan altos que no se trataba de ir avanzando si no impulsando el cuerpo hacia arriba y eso multiplica el cansancio.
Otro tramo de subida
En el siguiente recodo acabas parando a descansar, empapado en sudor, con el corazón a tropecientas pulsaciones y aun quedaban otros quinientos pasos esperándote. Palabra que desde la mitad del camino tardaba dos segundos por escalón, ayudándome a base de agarrarme al cable de acero que hacía de pasamanos y tirar para impulsarme así que el brazo derecho acabó también un poco perjudicado.

Poquito a poquito, pasito a pasito, más tarde que temprano acabé llegando arriba de todo. A la hora de hacer kilómetros no tengo ningún problema, cada día me pego un par de paseotes enormes con los perros y ni me entero, pero esto no es andar sino subir, subir y subir y resulta matador. Hacer esto con treinta grados en agosto tiene que ser mortal de necesidad, seguro. Enfilo el camino de retorno entre los bosques, buscando algún mirador desde el que poder fotografiar la península del faro pero no había manera, tan tupida era la vegetación que, como mucho, ésto es lo que conseguí: el faro entre un montón de ramas. Menos da una piedra.
Vista desde lo lejos
No finalizó la mañana sin un patinazo incluido, le mandé un rodillazo a una piedra que aún le debe estar doliendo a la pobre. Yo poca cosa, tres rasguñitos. Un poco de salivilla, que es muy sana y muy antibiótica según dicen en los documentales de leoncitos por la sabana y ya me echaré betadine en casa para matar los microbios. Por cierto, que nadie se asuste porque ese día no me había depilado las piernas, es que tenía la máquina de la cera en la revisión de los diez mil pelos.
Restos de la batalla
Quizá el motivo del patinazo haya que buscarlo en mis botas… ya digo que a diario me pego dos buenas caminatas, generalmente calzado con éstas, así que varios kilómetros diarios durante un año hacen que el desgaste empiece a ser más que notable. Quizá uno de estos días haya que escoger entre renovarlas o seguir jugando a caerme por un barranco…
Suelas desgastadas

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