Una de las ventajas de la llegada del otoño es que los sitios donde suelo ir a dar una vuelta, caminar un rato y despejar la cabeza vuelven a estar solitarios como a mi me gusta. Liérganes, por ejemplo. En verano parece una romerÃa. Ya véis el puente romano un dÃa cualquiera de agosto, con gente para dar, tomar y regalar.
O el rÃo. En invierno aquà no se ve ni un alma. En verano gente aquÃ, gente allá, niños corriendo, niños gritando, y menos mal que fui tarde a sacar las fotos porque sino saldrÃa también gente tomando el sol en la hierba y gente bañándose… lo siento, pero yo soy más de sentarme por cualquier lado sin ver a nadie, tomar el aire y entretenerme con mis musarañas particulares. Y eso en verano es simplemente imposible.