Vamos a ir concluyendo con el paseo por el Museo de la Marina de Limpias, aquel descubrimiento armamentÃstico del que ya salió una primera entrada y una segunda unos dÃas después.
Anteriormente habÃamos visto palos de barcos, minas, torpedos, hélices, cañones, y en el tramo final del museo la cosa sigue más o menos por el mismo camino. En lo alto de un montÃculo nos encontramos con la última aglomeración de artefactos variados, que son estos tres.
Lo primero no tengo claro que será, supongo que un radar o una parabólica porque uno de los vecinos está antojado con ver TeleMozambique y una paellera normal y corriente no capta bien la microonda. Unos ejes laterales por la parte de atrás me hacen dudar sobre si ahà enchufado irÃa algún sistema de armamento, pero siendo mi especialidad la gastronomÃa aplicada a mi estómago no podrÃa llegar a afirmarlo con rotundidad aunque tampoco a desmentirlo ni mucho menos a certificarlo o concretarlo. Está claro, ¿no? Pues que alguien se lo aclare a los horterillas del spray que fueron dejando su huella en el artefacto este.
A unos metros encontramos lo que podrÃan ser restos de un aterrizaje alienÃgena en Limpias, o un Transformer venido a menos, u otro trasto de la marina, inclinándome por esta tercera opción dados los precedentes de todo el material plantado en los alrededores. Cabina con parabólica sobre el techo que no sé si radar o antena para captar TeleAndorra. Fijaros también el sistema que sostiene a la cabina, parece como si estuviera pensado para compensar el balanceo de un barco evitando que una sarta de tiros al cielo acabe sobre la popa del barco predecente por obra y gracia de meterse la proa en una depresión entre ola y ola. O quizá para evitar un gasto desmesurado en Biodraminas en caso de que el marinero operador del cacharrito sea susceptible al mareo, quien sabe. Y hablo de «marinero operador» porque seguramente este trasto no era automático sino manejado por un ser humano, de ahà la ventanita que se aprecia por delante. Me acerqué a echar una ojeada por si dentro habÃa quedado olvidado algún obediente marinero cuyas últimas órdenes hubieran sido permanecer en su puesto hasta nueva orden, pero no, ningún esqueleto a la vista.
El tercer y último elemento del conjunto museÃstico es un cañón, pero de los buenos de verdad, de los gordos. Huy perdón, querÃa decir «de los obesos» no vaya a ser que el cañón se nos ofenda y me denuncie por incitar al odio a los gorditos entre los que últimamente me incluyo dada mi cada vez más desenfrenada afición a la gastronomÃa cántabra.
Según las dos placas del lateral, el cañón perteneció al «Almirante Cervera» que era un Crucero de la Marina Española botado en 1925 y dado de baja en 1965. Participó no sólo en la guerra civil, sino en acontecimientos tan pintorescos como trasladar desde Malta a Tarragona la reliquia del brazo del apóstol San Pablo para la conmemoración de la llegada del apóstol a la penÃnsula. Casi nada, oiga, aquà la Marina vale lo mismo para un roto que para un descosido.
Según la inscripción en la tapa del lanzapepinos se trata de un cañón Vickers de 152mm, idéntica marca que los tremendos cañones del Parque de San Pedro en Coruña. Eso de «La Carraca» indica que debieron ser construidos en San Fernando, Cádiz. Como curiosidad, antes de venir aquà estuvo colocado durante años en el parque del Sardinero de Santander. Aquà se puede ver una foto el dÃa de su retirada.
Ahora luce en el Museo de la Marina apuntando al horizonte. Aunque su misión sea simplemente ornamental y testimonial, si yo fuera el dueño de la casita blanca que se ve allà al fondo no las tendrÃa todas conmigo…