Cuando comenté mis primeras impresiones sobre Arlés ya lo dejé bien claro: llegamos, echamos una ojeada y no nos piramos de puro milagro, porque se veÃa la ciudad fea, vieja y desconchada por todos lados. Sin embargo la gente lo debe asumir, hace vida igual y hay un montón de rinconcitos curiosos con su Bar-tabac (bares donde además venden tabaco y sellos) y su terraza incorporada para seguir haciendo la vida social como se hacÃa antes de que llegara el caralibro. Tan sólo falta una Amelie de la pradera sirviendo las mesas para acabar de redondear la jugada.
Como uno cada dÃa es más vago, la foto la saqué directamente y sin levantarme desde la terraza donde estábamos sentados comiendo. Y es que a mi eso de sentarme al aire viendo la vida pasar e imaginándome qué hace el resto del personal me va cantidad, para qué lo vamos a negar. A lo mejor es que tengo alma de portera marujona y yo sin enterarme.
Un poquitito a la izquierda del bar anterior empezaban más y más callejuelas donde caminar hasta perderse, presididas por una enorme pintada de unos toros, actividad que en Francia también tiene sus adeptos. Es más, en Arlés hay un anfiteatro romano que de cuando en cuando lo reconvierten en plaza de toros, ya véis hasta donde llega su afición.