Retomamos las andanzas por el Museo de Arte Santanderino iniciadas aquÃ. Lo exterior y la planta baja ya eran llamativos pero lo bueno empezaba en la primera planta. Miento, empezaba en unas escaleras llenas de letras separadas por puntos.
Pues si, oiga, es una obra de arte. Algo tendrá el agua cuando la bendicen, dice el dicho. Algo tendrá la cosa esta cuando la ponen en el museo, digo yo. Pero que me lo expliquen porque debe tener el artismo escondido que no se lo veo por parte alguna, algo no excesivamente raro conociendo lo artÃsticamente zopenco que soy.
En las paredes que bordean la escalera, una oquedad alberga un maniquà con una túnica de topos color rosa.
Un poquito más adelante, otro maniquà con túnica amarilla con topos negros. Según dice un cartelito es una representación de la virgen marÃa pero más fashion. A mi ni fú ni fá. Tengo que preguntarle a la parienta si en la época de Jesús hacÃan furor los lunares de colores, o si es que se ha producido mucho milagro de la multiplicación de los panes, los peces y los lunares en los últimos tiempos.
A la entrada de la sala del primer piso, una obra compuesta por un muñeco sentado y una figura redondeada de color blanco al fondo sobre la que proyectaban la imagen de un ser tipo blandiblub que hablaba y gesticulaba. La leche, esa combinación de figura y proyección me dejó asombradÃsimo porque hasta daba sensación de tridimensionalidad y vida. No está mal, una interesante, ya valió la pena hacer esta visita.
¡¡¡Anda!!! Mira, mi especialidad. Nada más entrar en la sala, fijaros qué aparece en el suelo. Humor negro, o más bien humor blanco, color de lápida. No tenÃa mucha historia, estaba acompañada por una proyección de cementerios en la pantalla del fondo probablemente para alguien resulte turbador o inquietante. Para aquellos que hayan probado el delicado repelús de sacar fotografÃas nocturnas en cementerios, ni nos inmuta.
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