Yo a los bichos no suelo tener problema en echarles mano y hacerles unas cucamonas, jugar con ellos, acercarme a darle unas zanahorias o incluso una vez que se escapó de su cercado el caballo que sale en la entrada del enlace, acercarme, pillarlo por el ronzal y volverlo a meter dentro, con la parienta en casa horrorizada al verme llevando un bicho tan grande. Tranquila cariño, qué sé lo que me hago (mira tú qué palabras más bonitas para un epitafio). La normativa indica que no te acerques nunca a una cabra por delante, a un caballo por detrás o a un idiota por ningún lado asà que yendo de frente no deberÃa haber problema. Con los que sà lo habrÃa por delante, por detrás o por los lados es con estos dos a los que no me acercarÃa ni aunque me pagasen.
Véase qué piños y qué genio gasta la tierna tigresa. Pero no sólo conmigo, sino también entre ellas. Y digo ellas porque eran cuatro las que habÃa cuando fui a Cabárceno pero sólo quedan dos. Una pelea entre las cuatro se saldó con dos tigresas muertas y una herida. Como para acercarse a darle unos mimos en el lomo.
A otro que tampoco me acercarÃa es a éste. Muy bonito el gato, muy limpito, pero cuando lo ves con todo el pelo erizado y el rabo como un plumero, compadre, yo me mantendrÃa a distancia de sus garras porque un gato se mueve a una velocidad que casi ni lo ves y cada arañazo que te haga tarda un mundo en curar. Es más, hay una enfermedad especÃfica causada por el arañazo de un gato y no tengo la menor gana de experimentar con ella en primera persona.