Vamos a finiquitar por fin el relato de mis aventuras por el mirador de los Ojos del Diablo tras la parte primera, segunda y tercera. Por fin habÃa llegado a lo más alto, luego al mirador y emprendÃa la bajada tras otro par de excursionistas que habÃa encontrado arriba. Ellos iban en dirección al parking, lugar de comienzo de la ruta «oficial» pero que me dejarÃa bien lejos del coche, asà que a medio camino decidà (hacer el burro una vez más) que lo bonito era innovar e intentar llegar a Sonabia en lÃnea recta. Allá vamos. Por aquà creo que es…
Primero aparece un pedregal. Me interno en él pero tras recorrer cincuenta metros me doy cuenta que bajar toda la montaña saltando de piedra en piedra no es una opción. Marcha atrás y vamos a buscar señales de algún camino. Aparece un indicador de sendero. ¡Coño qué bien! Eso es que por aquà hay una ruta. Si, si, haberla hayla, pero de haber sabido cómo es, hubiera huido directamente en dirección contraria.
Por lo de pronto no era muy complicado, senderillo bastante estrecho entre los helechos y las piedras. Una media hora de bajada llevaba ya cuando me encontré aquÃ. Lugar impresionante por las vistas, por la altura y porque en cuanto te asomas al precipicio y ves cómo sigue el camino, se me pusieron los pelos (que no tengo) de punta. Es una pena porque fotográficamente es imposible describir la sensación, aunque apuntara la cámara hacia abajo y sacara una foto no se notarÃa la inclinación ni cómo era el camino. A ver si os puedo ilustrar con palabras: cansado como un perro tras todo el dÃa caminando por la montaña, el agua se acabó hace un par de horas, la niebla que sà que no pero está ahà amenazando con cubrir el camino, de pronto me encuentro al borde de un trozo de montaña que es casi vertical y la ruta continua serpenteando por un caminito de tierra estrecho y zigzagueante monte abajo. Sinceramente, es la primera vez que siento miedo en la montaña. Me vi en un lugar donde un resbalón equivalÃa a palmarla seguro, porque caerÃa monte abajo y rebotando piedra tras piedra dudo que quedase muy entero. Por supuesto no tenÃa equipamiento como cuerdas o similares. Y lo que es peor, no sabÃa cómo seguÃa el camino porque desde arriba veÃa los primeros diez metros pero nada más.
Os pongo ahora un par de fotos desde abajo para que se vea cómo era el panorama. Esto es lo que habÃa bajado desde la cima hasta donde estaba ahora. Costó, pero era relativamente fácil.
Y esto es lo que venÃa a continuación. Un servidor estarÃa arriba en el centro, en esa hondonada donde se para la niebla. Fijaros qué pinta tiene el primer tramo de bajada y cómo no exagero nada al decir que un paso mal dado y llegas rodando hasta abajo.
Por si fuera poco, tenÃa visita. Varios de estos, que anidan allà mismo, rondando por la zona.
A este le veo cara de estar esperando un bocadillo gordito rodando ladera abajo.
¿Qué se hace en estos casos? Se sienta uno en una piedra tranquilamente a descansar, se van analizando las diversas posibilidades y a ver qué discurrimos. Volver atrás se me hacÃa muy cuesta arriba, no sólo por todo lo que tenÃa que subir hasta lo alto del monte sino porque además tendrÃa que bajar todo el tramo hasta el párking y luego hacer unos cuántos kilómetros caminando hasta el coche. Saqué la cámara y fui repasando las fotos que habÃa sacado desde mi llegada para ver si podÃa deducir cómo era la bajada. Esta es la zona por donde andaba.
Concretamente en este tramo. Yo estaba arriba a la derecha. Se puede ver que el inicio de la bajada es complicado pero luego mejora. Me movà un poco por los alrededores y encontré unas marcas de sendero, luego poder, se debe poder ir. Vamos a intentarlo entonces y que sea lo que dios quiera…
Empieza la bajada. Pasito a pasito, asegurando más que nunca, agarrándome además a los árboles, matorrales, piedras y cualquier cosa que pudiera aliviar el peso que cargas sobre cada paso para ayudar a disminuir el riesgo de patinazo. No hay fotos, porque a pesar de sacar fotos en cualquier lugar y circunstancia, ni por asomo se me hubiera ocurrido soltar una mano para sacar la cámara. Es más, metà la cámara dentro de la mochila para evitar que pudiera tropezar al hacer las curvas del zigzag. Con eso iros imaginando el percal. Media hora de tensión que se me hizo eterna pero que por fin me dejó al pie de una bajada mucho menos vertical y más fácil desde la que se veÃa otra vez la playa y el punto donde inicié la ruta.
Seguà bajando con todo el cuidado del mundo, aunque fuera más fácil seguÃa siendo bastante inclinada y poco recomendable bajarla rodando por haber pegado un patinazo. Otra media hora y agotadito aparecà por fin justo delante de mi coche, aparcado frente a un asador-restaurante donde me fui directo para meterme entre pecho y espalda una cerveza porque me lo habÃa merecido. Madre mÃa qué hartón a caminar, más de cinco horas dando vueltas montes arriba y monte abajo, qué cansera, qué sed y cómo tengo los pies de hechos polvo…
Resumiendo, y con una imagen se entenderá mejor. Este es el monte Candina. La ruta «oficial» es la marcada en naranja, llega hasta los «Ojos del Diablo» que es el punto donde hay un cÃrculo rojo. No es nada complicada. Como un servidor prefiere hacer sufrir a mi compañÃa de seguros de vida, me fui por el camino indicado por la flecha amarilla, rodee el monte, subà por detrás hasta llegar al punto indicado por la flecha roja, bajé a los «Ojos del Diablo» y luego bajé hasta Sonabia por donde indican las flechas verdes. Aquà sà que se ve cómo la bajada que escogà es ligeramente vertical y aunque no figure escrito, de las que vas con los huevos en la garganta. Una y no más Santo Tomás…
Tras la cerveza, recuperado el ánimo y las fuerzas aproveché para ir a la punta que hay al otro lado de la playa. Desde lo alto habÃa visto gente paseando por allà y ya que estaba, era una pena no aprovechar para pasarme, más aún contando que vas en coche y sólo recorres a pie el último tramo de cien metros. Merece la pena por las vistas que tiene de Monte Candina, de la playa y de la Ballena de Oriñón.
Con un vértice geodésico decorado a base de grafitti, menos sosos que los habituales de color gris.
Hay que ver lo bien que se lo pasaban los surferos con las olas que entraban «a presión» hacia la playa. Estos sà que saben, ahà al solete, disfrutando del mar. En cambio a otros nos gustan los animales asà que se nos da por subir montes, hacer el burro, sudar como cerdos, ejercer de cabras, cansarnos como perros y descansar junto a buitres. Somos raros, somos.
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