Pero qué olvidada tengo aquella costumbre mía de visitar cementerios y contar aquí los hallazgos. Creo que el último que visité era el de la Ballena, en Castro Urdiales, y de esto ya ha llovido un rato. No lo encontré especialmente interesante a pesar de ser «Bien de Interés Cultural» desde 1994. Raro que es uno, será por llevar la contraria.
Lo de arriba es la entrada, lo de aquí abajo el típico cartel explicativo donde te cuentan historia, obra y milagros de su construcción así como las tumbas más destacadas.
Había una llamativa nada más entrar a mano izquierda. La lápida será poca cosa, pero menuda estatua y sobre todo menudo pedestal que le han colocado por detrás.
A la figura de arriba se le notaba el paso del tiempo en forma de líquenes pegados en la túnica y en la mitad de la cara. Malo no sería pasarle una Karcher cada veinte años ahora que están tiradas de precio.
Seguimos recorrido y una de esas que me dan tan mal rollo con la lápida reventada hacia fuera. Quien sabe, igual le pusieron otro pedestal con estatua y en un vendaval de esos que vienen cada invierno se cayó la figura sobre la lápida.
Otra monumental, bonita, sí, pero no espectacular ni le encontré nada especialmente destacable salvo la hiedra que poquito a poquito la iba invadiendo. A la velocidad que crece, como se despisten un año acaban teniendo que buscar la tumba con un machete en plan Indiana Jones.
Siguiente, un panteón por el centro. Bonito, señorial, pero que me deja totalmente indiferente. Si no hay carnaza, no me motiva.
Pasamos por delante de la tumba de Arturo Duo Vital, compositor. Por curiosidad busco quien es, a ver si tenía algo especial pero no. Nació en Castro Urdiales, murió en el mismo sitio, fue un virtuoso de la música pero tampoco hay mucho más.
Huy, mira, qué bonito… un adorno con forma de libro en el que aparece pintado el faro y la iglesia de la ciudad, elegante y discretito a la vez.
Bueno, va mejorando la cosa, aquí una de esas modernidades que te encuentras de cuando en cuando. Lo malo de las innovaciones «a la moda» en estos campos es que pasados unos años cansan y se ven desfasadas, pero mira, por lo menos es algo diferente.
No iba muy bien el día, no… quien me iba decir que todo lo interesante estaba en la otra esquina del camposanto. Pero para verto tocará esperar unos días…
A punto casi de ser tierra
Cachis en la mar, qué cabeza la mía. Hace días fui a ver una exposición colectiva bastante maja llamada «A punto casi de ser tierra» en el Casyc, organizada por la agrupación de fotógrafos «Espacio Imagen«. Saqué una foto, la edité, la dejé lista para publicar y avisar de la exposición por si alguien más quería ir a verla… pero me olvidé. Pues nada, sirva esto como indicación que la exposición que hubo, para la próxima prometo andar más espabilado dando la novedad…
Nos-otros son otros
Además de las cuevas, en el exterior de «El Soplao» hay un montón de cosas qué retratar: bien sean los paisajes, las panorámicas o incluso unas cosas «artísticas» de esas modernas que había por allí, no sé si temporalmente o forman parte habitualmente de las instalaciones. Primero un huevo cósmico que mostraba al final de la entrada del enlace anterior y bien cerquita, una cosa que no acabo de ver muy claro cómo funciona o cómo debe ser usada. Concretamente, esto:
Dos chapas plateadas puestas en vertical, amarradas por cables al suelo e impolutas en cuanto a limpieza y brillo de modo que si te pones detrás y ves entre las dos planchas puedes contemplar el panorama. O a lo mejor es para ponerse en el centro y verte reflejado hasta el infinito y más allá. O para taparte del viento que sopla allá en lo alto. O freir un huevo gracias al reflejo del sol. O son para que la parienta se retoque el maquillaje, quien sabe, al no haber manual de instrucciones toca inventarse el modo de uso.
Tal invento recibe por nombre «Nos-otros son otros» con lo cual «me quedo como estaba», que diría mi madre. Este autor hizo una exposición en Salamanca donde juega con los espejos, que según el artista “Son espacios vacíos que solo se habitan al mirarlos. Cuando no estamos ante ellos estas mágicas superficies ignoraran este mundo”. Vale. Para la próxima vez ya sé que hay que meterse en el medio a ver si no me llevo un susto con el tío tan feo que se refleja en el metal.
Mensaje muy importante
Bárcena mayor, bonito pueblo del interior de Cantabria, preciosas casas y calles empedradas por las que caminar sin prisa, con parsimonia, olvidándose del resto del mundo. En medio del pueblo, la iglesia como suele ser habitual.
Veo un pasadizo que cruza bajo el campanario. Mira, no me voy a quedar con el antojo de cruzarlo, allá voy.
A mano derecha una oquedad cuadrada en la que distingo una nota pegada a la pared. ¿Qué será? ¿Habrán secuestrado al cura y dejó una nota indicando su paradero? ¿Habrá sucedido algo extraño en este rinconcito?
Pues no, se trata de algo más mundano. Así que ya lo sabéis, si pasáis por Bárcena Mayor, por favor, no hagáis pis contra la iglesia.
Aquí no llueve
Qué curioso es esto del clima. Mientras en mi tierra natal estaban cayendo chuzos de punta, inundándose las ciudades con la primera ciclogénesis explosiva de la temporada y el mapa de lluvia tenía una pinta así de apetecible…
…justamente al mismo tiempo se ha presentado por aquí el viento sur y las previsiones para el fin de semana son de película, sobre todo contando que estamos a pocos días de noviembre.
Evidentemente esto hay que aprovecharlo para turismo, fotos y gastronomía, que cuando nos queramos dar cuenta se revira el clima y nos pasamos tres meses seguidos viendo caer agua. ¡A disfrutar se ha dicho y mañana dios dirá!
Altamira por fin (II)
En una primera entrada describía mi paso por el museo y la neocueva de Altamira. Cuando salimos del edificio principal vi un camino enlosado por el que iba una parejita. Digo yo que si van por ahí algo habrá que ver… por lo menos espero que no vayan con intenciones de pegarse el lote y les aparezca yo de carabina…
En primer plano una placa con un par de bisontes esculpidos por Jesús Otero, el del museo de Santillana del Mar, junto con el típico cartelote explicativo.
A continuación aparece una explanada con dos animales simulados. Aquí se hacen talleres neandertales, puedes probar las armas que usaban en aquella época tirando contra los bichos. A juzgar por los intentos que hacían los tres que estaban haciendo puntería no debe ser demasiado fácil. Desde unos diez metros de distancia fallaban por más de un metro. Uno de ellos debía ser el monitor del taller y en su mejor tiro le dio al ciervo en el hocico. Si comer dependiera de su puntería me parece que iba a pasar tanta hambre como el perro del afilador…
Anda, un edificio moderno. ¿Y esto para qué sirve? Según dice a la entrada aquí hay exposiciones temporales. Pues habrá sido en otro tiempo, porque hoy está cerrado.
Delante había un pedazo monolito con placa conmemorativa a Marcelino Sáenz de Sautuola, descubridor de la cueva, aunque con el sol en lo más alto y justo a contraluz. Si no llega a ser por San Photoshop no se vería nada de nada.
¡Anda! La entrada a una cueva. ¿Quieres ver qué por aquí se entra a la Cueva de Altamira verdadera? Por supuestísimo, cerrado a cal y canto con barrotes en la puerta.
Será que en la época prehistórica ya había normativa de seguridad en locales cerrados, porque la cueva tiene salida de emergencia por otra esquina. O eso, o que aquí se reunía la mafia de Vito Cromagnone y tenían otra salida disponible por si había redada.
Ahora una reflexión en voz alta. Cuando vayáis a ver algo como esto, echadle una ojeada antes a un mapa, a un plano, a cualquier cosa que os dé un poco de información. Como un servidor iba en plan pachanga total ni me molesté en enterarme qué había que ver por allí, así que salí sin saber que esa entrada no es de la cueva de Altamira, sino de la Cueva de Estalactitas. En lo alto de una colina vimos una casa vieja con unos andamios por fuera y supusimos que estarían arreglando cualquier cosa. Ni me molesté en fotografiarla. Pues mira tú, es la «casa de 1924», la primera edificación destinada a la gestión de la cueva, Y la entrada a la cueva de verdad está justo al lado de la entrada de la casa. Patético lo mío, lo sé. Son las cosas de tener el día vago.
¿Quién sabe donde?
Y ya que hablamos de monicreques, ¿dónde se habrán ido aquellos cinco monigotes gigantes que decoraron la calles de Santander durante el Mundial de Vela? ¿Les habrán dado vacaciones? ¿Se habrán ido a otra ciudad en busca de nuevas oportunidades? ¿Tendremos que llamar al Paco Lobatón para que los encuentre?
Monicreques variados
Otro detalle que me encantó de la catedral santanderina son las columnas. No por la columna en si, o por la forma, sino por los «monicreques» que es como se le llama en Galicia a los muñecos o monigotes. Si es que no hay columna sin sus figuritas, además no son las típicas de leones, aguilas, angelotes y demás. Que va, que va, aquí hay lo que parecen ser unos arquitectos con sus aparatos de arquitectura, mapas, compases y demás.
El que parece el maestro cantero agarrando una columna y con su martillo en la otra mano. Es curioso, pero las formas de la caras o los peinados son muy actuales. Ya me gustaría saber qué representan.
Estos también son de una piedra moderna, pero con gente más antigua lloriqueando o mesándose las barbas. «Algo habrán hecho», que diría mi madre.
Es feo, el jodío… ¿Al de la derecha le han puesto un cuerpo de animal? ¿Y ese que asoma justo por detrás?
Ampliamos un poquito más para ver el conjunto completo y aparece otro que hasta nos echa la lengua. Qué bonito, voy a hacer lo mismo con el cura en misa a ver si le gusta.
No sólo hay personas, también encontramos perros, lobos o el bicho que sea, tirándole de las orejas a una vaca. Eso, eso, lo mismo al cura a ver si le gusta…
Coñas aparte, si me descuido creo que pasé más tiempo mirando los «monicreques» que el resto de la catedral. Y no será porque no tenga cosas que ver, sino por la cantidad de columnas ilustradas que ves por todos lados en su interior. Aunque conste en acta que no sólo se pueden ver dentro, nada más acercarme a la fachada ya había visto que el asunto me iba a gustar. Si les tiro del rabo, me muerden el codo…
Uno en un arco…
…y otro al otro lado del mismo arco. No serán como los de la Catedral de Salamanca pero me pueden valer.
Juancho
Os quiero presentar a Juancho, la última incorporación en cuanto a bichos de cuatro patas que se ha producido en mi casa. Lo encontré un día en el exterior guareciéndose entre las tumbonas del porche. Al ver la puerta abierta se coló dentro de casa. Como uno es buena persona y al único reptil que desprecio es a mi suegra, lo fui guiando para echarlo fuera sin hacerle daño. Otro día lo volví a encontrar fuera. Y otra vez. El tío se nos ha hecho un okupa de las tumbonas así que lo adoptamos. Como ya es de la familia también lo bautizamos y le ha tocado «Juancho», en honor al famoso lagarto del mismo nombre.
Hoy por la mañana se me ha vuelto a colar dentro. Cualquier día me lo encuentro en la cocina, amorrado a la botella del Martini. Juancho, Juancho, no me provoques que con esas cosas no se juega…
En la playa de Ondarreta
Para este otoño tengo ya planificados unos cuántos destinos. Bosques, montes, interior, Francia y también San Sebastián, que llevo no sé cuántas visitas, he subido al Monte Igueldo pero no al Urgull, al otro lado de la bahía. A eso hay que irle dando solución ya mismo.
Sí que he recorrido el Paseo Nuevo que rodea el monte, pero de momento nunca puse mis pies en lo alto a pesar de haber subida y prometer muy buenas vistas. A ver cómo engaño a la parienta para que se apunte. Quizá diciéndole que H&M ha abierto una tienda nueva en la parte superior y hacen un 50% de descuento a quien suba andando. Lo malo de usar excusas tan viles y ruines es que un vez arriba y comprobado que no hay ni rastro de tal tienda, lo más probable es que yo bajara rodando ladera abajo con la huella de un zapatazo en mi culo.
Creo que en otra entrada anterior ya había mencionado que la playa de la Concha no ocupa la bahía de San Sebastián de cabo a rabo, sino sólo hasta un poco más de la mitad. El resto es la playa de Ondarreta, de la que desconocía totalmente su existencia hasta que pasé por allí.
La frontera entre ambas playas la marca una punta rocosa que complica el paso de la una a la otra para los paseantes y tuvieron que taladrar para que los coches la cruzaran por un túnel. Ojo si lo atravesáis porque al salir (en dirección al centro) hay un radar más viejo que Matusalén pero multa igual que si fuera nuevo.
En la parte de Ondarreta más cercana al Igueldo hay un monumento hecho a base de tres cilindros gigantes de hormigón.
Ese monolito marca el punto donde estuvo en tiempos la prisión de Ondarreta, construida en 1890 y cerrada en 1948. Según esta placa, durante la época del tío Paco allí tenían encerradas cientos de personas a la espera de darles pasaporte, pero para un viaje de sólo ida.