Reponiendo arena

Domingo de solazo, domingo de temperatura más que agradable que va presagiando la llegada del veranillo, día ideal para irse a dar una vuelta por el Sardinero a pesar de ser el plan que seguramente elegirían el 99% de los santanderinos. Por suerte todavía no es verano de verdad y la cosa se lleva bien, que llegado junio y mucho más a partir de julio esta zona se vuelve un horror por la afluencia de miríadas de seres ansiosos de torrarse sobre la arena.

Con lo que no contaba es con que estarían en pleno domingo reponiendo arena en la playa para compensar la que se llevaron los temporales. La reponen de una forma harto interesante: una draga en la bahía succiona arena del fondo y la manda por medio de un tubo de casi un metro de diámetro hasta cerca del muro del paseo marítimo.
Draga frente a la playa
Aquí se puede ver la secuencia. Draga al fondo enviando material por el tubo que desemboca montando una cascada de agua y arena.
Draga y excavadora
Fijaros la presión a la que llega el líquido y la que organiza al chocar contra una lengüeta gigante situada al final del canuto. Supongo que lo harán así para no dirigir el chorro contra el suelo o mandaría de vuelta al mar más arena de la aporta.
Chorro de arena
Según pude ver, el sistema consiste en echar agua y arena a punta pala. El agua se va yendo poco a poco y la arena se va quedando.
Playa de El Sardinero
Las dos excavadoras iban reorganizando cada rato la distribución de arena en forma de muros de modo que la playa parecía llena de trincheras. El único que faltaba era Tom Hanks desembarcando en busca del soldado Ryan.
Muros de arena
Por supuesto no era el único observando la faena. Como ya dije, domingo de solete, montones de gente por el sardinero, espectáculo de agua y excavadoras es igual a montones de gente contemplando a los curritos desde el mirador de Piquío. Seguro que si hubiera que bajar a echar una mano se quedaba todo esto desierto en menos de cinco segundos (yo el primero…).
Público viendo el dragado

Maria Cristina con txapela

¡Ayvalahostiapatxipués! Qué bonito es el hotel María Cristina de San Sebastián de noche, que majo iluminadito con sus reflejos en el río Urumea.
Hotel María Cristina
Ahora, que el uniforme de los asistentes que hay en la puerta me dejó medio alucinado. Entre el guardapolvos gris y la txapela no están nada, pero que nada fashion, como diría mi parienta. Tampoco pretendía que fueran de pajes medievales como los del Negresco, pero bueno, con un término medio me hubiera conformado.
Portero con txapela

Entre Asturias y Cantabria

El último pueblo al oeste de Cantabria es Unquera, conocido en el mundo entero por sus afamadas corbatas. Sin embargo la última visita que hice iba buscando otra cosa: un mojón (ojo, en su primera acepción) en medio de este puente que une Cantabria y Asturias.
Puente en Unquera
Helo ahí, en medio del puente separando ambas comunidades autónomas.
Poste en el puente I
Para que conste en acta, el mismo mojón lo declara: provincia de Santander por un lado…
Poste en el puente II
…y provincia de Oviedo por la otra. Claro que a día de hoy ya ni son provincias, ni es Santander, ni es Oviedo. Vaya acierto que tiene el pobre indicador, el paso de los años y los vaivenes políticos lo ha dejado con el culo al aire.
Poste en el puente III
Ya que hablamos de culo, uno no puede resistirse a verlo también por detrás y menuda decepción, es mas falso que un duro de cartón. Como las casas de los decorados de cine, sólo tiene la parte de delante y por detrás se sostiene gracias a unos tornillos que lo amarran a la columna.
Poste en el puente IV
El último detalle lo encontramos al principio del puente. Una placa nombra el cruce del puente como «Travesía D. Manuel Peláez López», que fue Delegado del Gobierno en Ceuta, Gobernador de Burgos, Director Territorial del MOPU en Cantabria y Director del Area de Fomento en Asturias. Palmó en Asturias en 2008, por lo menos pudo disfrutar unos añitos de una travesía con su nombre no como otros que hasta después de muertos no les dedican nada.
Placa en el puente

Autorretrato de Teodoro Calderón

La última vez que pasé por Torrelavega me acerqué a la estación de Feve para retratar una estatua que hay justo delante. Esperaba una pero curiosamente me encontré con dos, una de ellas totalmente desconocida para mi. De primeras me recordó a la de Mero el barrendero, también de pequeño tamaño y sobre un pedestal de piedra.
Autorretrato de Teodoro Calderón I
Una placa la identifica como el «Autorretrato de Teodoro Calderón». Pues nada, vamos a buscar información sobre quien era porque de todo se aprende.
Autorretrato de Teodoro Calderón II
Y vaya si se aprende. La de Teodoro Calderón es otra de esas vidas tristemente torcidas por la guerra civil. Nació en Torrelavega, fue escultor y poeta desde muy joven, sirvió en el bando republicano lo que le valió cárcel una vez acabada la guerra y destierro en Valladolid tras cumplir pena. Allí se murió a los cuarenta y dos años. Su hija también es artista y tiene un blog en el que explica la historia completa de su padre en una entrada conmemorativa del 55 aniversario de su fallecimiento. También le han dedicado una calle en Torrelavega. Cachis la mar, ya es casualidad que tras ver la estatua me fui a fotografiar una cosa en un parque y dejé el coche precisamente en su calle, de haberlo sabido tendríais foto de la estatua y de la placa de la calle por el mismo precio. Se quedará para la próxima visita.

Otro meadero de diseño

En Bilbao. Cerquita del edificio con el tigre en lo alto encontramos uno de los pocos meaderos público que se pueden ver hoy en día por las calles. En Santander por ejemplo no he visto ninguno. De aspecto sólido, es un bloque paralelepipédico con unas placas a la entrada para proteger de miradas indiscretas. No tan rústico como el de la Plaza Nueva durante las fiestas, no tanto diseño como el de San Sebastián, no tan antiguo como el de Limpias pero cumpliendo perfectamente su función.
WC público en Bilbao

En la cascada de El Bolao (II)

Volvemos a la cascada de El Bolao, concretamente al punto donde en la primera entrada decía que se podía montar un picnic con unas vistas magníficas. Nos damos la vuelta y por el otro lado aparecen los acantilados en los que se rodó aquel spot de Nestle Extrafino y por los que ya anduve triscando hace un año.
Acantilados desde El Bolao
La formación rocosa que queda justo en la esquina tiene nombre, la llaman «el indio» porque dicen que se parece a un indio. En fin… creo que hasta el cuarto cubata no le acabas de ver el parecido, aunque estar con esa carga alcohólica al borde de un acantilado viendo indios no sé si será muy bueno para la salud.
El indio
Ya puestos casi veía otro indio en el acantilado que queda justo en la desembocadura de la cascada. Toda la vida haciendo el indio, es normal que ahora los vea por todas partes.
Perfil de acantilado
Claro que puestos a ver personajes nada como ésta piedra que hay sobre el muro de una casa en el camino hacia el acantilado. Se ven clarísimamente la calva, la nariz, la boca y los pómulos. Indio, lo que se dice indio, no es. Quizá de algún pueblo de al lado,
Cabeza
Lo mío con las caras es algo a estudiar. A la primera mirada que le eché al molino ya le vi la cara de asombro con esos ojitos y esa boca abierta. Desde entonces no fue el molino de El Bolao, es el molino Asombrao.
Cara en el molino
Como no podía ser de otra forma entramos a echar una ojeada dentro. Todo absolutamente en ruinas con el suelo hundido. Algo se mueve corriendo bajo las hierbas de una esquina, un bicho seguramente. Para que veáis cómo funcionamos, la parienta se escapa asustada en el pleno convencimiento de que fuera lo que fuera nos iba a querer comer. Yo me voy directo a ver si es algo digno de ser retratado. Y efectivamente lo era: un lagarto de cara azul. Qué bicho más bonito, curioso y colorido. El jodío intentaba desesperadamente subirse a la pared. Otro con la certeza de que me lo querría comer. Quede usted tranquilo, señor lagarto, que ya vengo comido de casa. Pose usted con tranquilidad para dar fe a mis lectores de mi presencia y una vez hechos los tres retratos de rigor, el que véis, otro en que el lagarto posa erguido con la mano en la barriga cual Napoleón de las tierras cántabras y un tercero en la misma pose que John Travolta en «Pulp Fiction» cuando baila con Uma Thurman (retratos de los cuáles sólo mostraré el primero para no zaherir la dignidad del saurio de bolsillo éste) procedí a despedirme de él y en busca de nuevas fotografías partí.
Lagartija de cara azul
Ultimo detalle: los postes que han colocado al borde del acantilado. Cuando los vi me quedé como asombrado… manda huevos que hayan traído la línea telefónica justo por donde más estropean las vistas.
Poste reconvertido I
Pero hete aquí que me empiezo a fijar y las cosas no me cuadran. Además de la ausencia de cables, el poste está metido en la piedra con un sellado alrededor a base de espuma de poliuretano (un aislante, como sistema para fijarlo me parece un poco extraño), otro poste está sobre un bloque de cemento y unos neumáticos viejos. Para rematarlo todo, la parte superior del poste es algo más que raro. Pero raro, raro, raro, aunque habiendo visto aquel dispositivo anticalambres gallego ya casi nada me puede asombrar en este campo.
Poste reconvertido II
Al lado había un par de pescadores con cuatro cañas. Estos soportes parecen tener una anilla en los laterales donde podría encajar el mango de una caña de pescar… ¿será para que la gente los use como soportes de sus cañas y pescar salvando el desnivel del acantilado? Quien sabe… a ver si en otra visita descubro su función.

La jirafa de Amelie

Una de mis películas favoritas de siempre es Amelie. No sé cuántas veces la habré visto, pero si me siento delante de la tele y pasando de un canal a otro (lo único que sirve la TV, eso y ver cosas bajadas de internet) me la encuentro en alguna cadena la vuelvo a ver una vez más. Y si la pillo a medias, la vuelvo a ver a medias una vez más. De todo lo que sucede me quedé con el detalle del enanito viajero. Mientras recorríamos Burdeos veo una jirafa de cartón-piedra con la vista fija en una señal de prohibido justo delante de la Torre Pey-Berland. Detrás, un hombre le sacaba fotos con el móvil. Fíjate tú qué curioso, éste debe estar haciendo lo mismo que la de Amelie con el enanito.
Jirafa viendo la señal
Un rato después, en otra parte de la ciudad, pasa delante nuestra un utilitario y distinguimos en su interior no sólo al fotógrafo ¡sino también la jirafa! Llevaba el asiento del acompañante abatido, las patas de la jirafa hacia el maletero y el cuello y la cabeza hacia adelante. Pasó a mi lado y ni tiempo me io a sacar la cámara. Vaya, qué pena. Con lo que no contaba es que después, sentados frente al río descansando los maltrechos pies, aparece de nuevo el retratista de jirafas para sacarla con la otra orilla como fondo.
Fotografiando la jirafa I
Foto va, foto viene, me la llevo, la pongo aquí y vengan fotos con el «Pont de Pierre» al fondo.
Transportando la jirafa
Todo el mundo en el parque se olvidó de Burdeos y sólo teníamos ojos para el que hacía jirafotos (fotos de jirafas, si se me permite la abreviatura). Venga unas hacia el palacio de la Bolsa, otras hacia aquí, otras hacia allá. Desde entonces busco periódicamente «jirafa burdeos» a ver si aparece algo pero de momento nada de nada. Que conste que no desisto, tarde o temprano acabaré enterándome de qué era aquello.
Fotografiando la jirafa II

Mañanita playera

Para celebrar que estoy motorizado otra vez nada mejor que aprovechar uno de esos días en que el sol empieza a mandar, la temperatura es agradable y casi no hay gente por la playa de Somo para pegarme un paseo de los kilométricos sobre la arena. Lo primero que compruebo es que la vida sigue igual. A principios de marzo los temporales convirtieron las terrazas de la urbanización de Somo en ruinas. A principios de abril todo seguía igual. Estamos a mediados de mayo y nada ha cambiado. Tranquilidad. Sobre todo mucha tranquilidad, no nos vayamos a herniar.
La vida sigue igual
La playa para mi solito y otros cuatro pelagatos. Mucha luz, mucho sol, aunque airecito fresco. Da igual, yo me llevo forro polar, un cortavientos y que sople lo que quiera. Aún así me crucé con gente que iba en camiseta. Algunos cántabros deben tener dos pelotas como dos sandías porque lo intento yo y al día siguiente palmo de neumonía.
La playa para mi solo. O casi.
Mi querido barquito, co-protagonista de la gran aventura «Salvado in-extremis«. Ahí sigue, a ese no hay temporal que le afecte ya.
Mi querido barquito hundido
Dos windsurfistas en medio de la bahía, esforzándose para salir a mar abierto. Fastidiado lo llevaban porque el viento les venía justo de cara, algo raro porque no suele soplar del este habitualmente.
Dos windsurfistas
Poquito a poquito estos dos y otro más lo consiguieron, salieron a mar abierto y les perdí la vista detrás de la isla de Mouro no sin antes retratarlos para dejar constancia. Yo feliz, asoleándome, caminando, sacando fotos, ¿qué más se puede pedir aparte de una primitiva millonaria (no me refiero a la parienta, malpensados)?
Tres velas en el horizonte
Un rato después eran otras dos las velas que pugnaban por salir de la bahía, esta vez barcos pequeñitos. Al fondo a la izquierda se ve el islote de la Horadada con su no-arco de piedra, a la derecha las caballerizas del Palacio de la Magdalena y justo delante una excavadora amarilla que está currando estos días en la ímproba tarea de reponer arena.
Horadada, barcos, caballerizas y excavadora
Cosas de usar un teleobjetivo, que aplana la foto y a pesar de que entre las casas y el faro hay toda una playa (el Sardinero) por medio parece como si el faro estuviera plantado entre los tejados.
Un faro a lo lejos
Por último una foto que aunque la autoría física es mía, la autoría intelectual es de la parienta. Hace tiempo dando otra vuelta por la playa de el Puntal mientras yo me entretenía con mis habituales ocupaciones (retratar musarañas, gusarapos y guanaminos), ella sacaba esta imagen con su móvil. Lo que antes era una duna completa, desde los temporales tiene una impresionante discontinuidad que une ambas playas. Aquí está el mar muy tranquilito pero fue increíble ver las olas pasando de un lado a otro, tsunamis en pequeñito atravesando la duna y llevándoselo todo a su paso.
La isla entre la duna
El recuerdo del invierno, que se va quedando atrás. Ahora toca poner el chip de veranillo, que este año promete y hay que disfrutarlo todo lo que se pueda.

Las vacas melenudas

Ay… ¿cuándo acabarán las obras en los jardines de Pereda, cuándo podremos volver a pasear junto al monumento que La Montaña le dedicó a José María de Pereda y cuándo podré volver a ver mis vacas melenudas favoritas? Porque hay que ver qué flequillo modelo Nekane gasta la de la izquierda, la de la derecha es probable que también pero creo que se ha echado gomina y ahora va de pelo-patrás. Presumidas, que son unas presumidas.
Vacas en la estatua a Pereda

Motorizado otra vez

Desde junio del año pasado me vi reducido a nivel de peatón debido al súbito fallecimiento de mi queridísimo Ford Focus. En casa pasamos de tener dos coches a tener sólo uno. Entre eso y los autobuses nos íbamos arreglando bastante bien. Menos gastos porque eliminábamos un impuesto de circulación, un seguro, revisiones, cambios de neumáticos y demás, pero con dos inconvenientes fundamentales: cuando tocaba llevar el coche a reparar o a una revisión nos quedábamos vendidísimos salvo que nos pudieran prestar otro, y a mi se me habían acabado las excursiones en días de diario, esas que tanto juego dan y tanto me entretenían. Como la parienta anda liadísima los fines de semana, muchas veces tampoco me podía ir a mi bola. Una pena.

Hace unos días salgo a estirar las piernas, me pongo de cháchara con una vecina y me cuenta que su tío de 94 años ha decidido no volver a conducir. Es más, tiene el coche parado desde hace ocho meses y va a venderlo pero seguro que no le dan nada. ¿Cómorrrlll? Quieto parao que eso hay que aprovecharlo… nos pusimos en contacto, charlamos un rato, me fui a ver el coche y se trata de un Clio de 1993, hace un porrón de años, peeeeeero… con sólo 54.000 kilómetros. Ruedas nuevas, hasta con los pelillos esos que traen por los laterales. Interior perfecto. Cuatro rasponazos fuera pero nada grave. Cierre centralizado, elevalunas eléctrico, ITV en vigor, frenos puestos a punto para la ITV. Me confesaba el hombre que lo usa para hacer sus recadillos y que las únicas veces que le dio un poquito de caña al coche fue yendo hacia Torrelavega ¡pero sin pasar de cien! No sé si habrá metido quinta alguna vez. Veo el papelito que cuelga del mando de las luces. Cambio de aceite con 46.000 kilómetros. Fecha: 2007. Increíble. Es que ni me lo pienso. Buen hombre, venga para aquí que vamos a hacer negocios. Le ofrezco quinientos euros por ser usted y le saco ese coche de encima. Cerramos trato, firmamos papeles, presentamos documentación en la DGT, el hombre apenado porque el coche era como de la familia pero contento porque lo dejaba en buenas manos. Y así es cómo desde ayer soy el afortunado poseedor de un vehículo casi histórico. Este mismo…
El Clío
No es que sea una joya, no es que sea bonito, no es que me guste especialmente, pero nos hace un avío de cuidado y si algún día lo cambiamos por uno nuevo se recupera lo pagado a cuenta del plan Pive. Sentado al volante por primera vez fue como retroceder veinticinco años a la época de mi primer R5, porque además el cuadro y el salpicadero es casi igual. Acostumbrado a servofrenos decentes me daba la impresión que al coche le costaba dios y ayuda detenerse, pero según fui haciendo kilómetros parece que los frenos iban poniéndose a tono y el Clio andaba con más alegría. Acabé metiéndome en la autovía y los cien por hora los sostiene sin problemas. El motor debía estar extrañadísimo… ¡Cuatro mil rpm! ¡Lo nunca visto! Si resiste y no saltan los pistones al tercer día será coprotagonista de unas cuántas aventuras por Cantabria adelante.

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