En Camargo, al ladito del aeropuerto y justo donde está el club de remo, han puesto en funcionamiento de nuevo el sistema de préstamo de bicicletas implantado el año pasado. Vas allà con tu DNI y te prestan una bici dos horas gratis, un chaleco reflectante para que las madres te vean venir y puedan esconder a sus hijos, un casco aunque para lo que hay dentro de mi cabeza se lo podÃan ahorrar y un gorrito desechable de color azul como ese que utilizan en hospitales o centros sanitarios, para esa gente que le da repelús compartir piojos. Yo, como soy de pelambrera escasa tirando a negativa, no me preocupa mucho. Cualquier piojo que intente acampar en mi cabeza serÃa detectado a kilómetros de distancia y rápidamente exterminado por la vÃa del martillazo preventivo. No será el mejor sistema, pero lo que cuenta es lo que me rÃo cada vez que pillo uno.
Total, que mientras España estaba rezando por no hacer el ridÃculo también contra Australia en el mundial, un servidor, escasamente patriota todo sea dicho, se fue a ver cómo era aquello de las bicis gratis, mucho mejor sistema que el alquiler de bicicletas implantado en Santander a precio razonable el primer año pero con subidas abusivas a partir de entonces del que me acabé dando de baja.
He aquà la máquina. Bici de mujer (no por nada, es que pone Lady Bike en la horquilla), sin marchas con lo cual te inflas a pedalear si quieres que vaya rápido, freno trasero escaso pero freno delantero que clavaba la bici a riesgo de salir catapultado por encima del manillar, sillÃn incómodo que convierte cada bache en una tortura…
Pero no importa, porque a mi esto de darle a los pedales estoy viendo que me gusta un montón y para la mierda de forma fÃsica en la que estoy se me da bastante decentemente porque le metÃa una caña que no veas. Hay un carril bici que circunvala el aeropuerto, siete kilómetros de recorrido. Allá voy. Dale que te pego a los pedales hago una primera vuelta en veintidós minutos, que para la bici que es y con estos musculines que me ha dado el Señor no está mal. Va, venga, otra vueltecita… cuando me pasaba gente a la que veÃas superpreparada, con bicis decentes y unas piernas musculadas como no tendré yo en mi vida, me ponÃa a pedalear como loco detrás de ellos para que no se me separaran, asà me motivaba y me esforzaba más. No se separaban o lo iban haciendo despacito, pero claro, ellos pedaleaban a un ritmo normal y yo como un desesperado.
Final de la segunda vuelta, ya me iba cansando un poquito asà que me bajo a por un helado, que hay que recuperar lo que se gasta. La leche… si tengo los gemelos como dos estacas. Acabo el helado, me subo a la bici, empecé a dar unas pedaladas… venga, a por la tercera vuelta. Joer cómo me van a quedar las piernas… además me pasó uno con otra bici prestada a una velocidad más o menos similar asà que me puse en plan «este no se me escapa», venga pedales, venga más pedales, y no se me escapó, pero cuando por fin llegué al final… madre mÃa, chorreando sudor por todos lados y con las piernas rÃgidas como si hubiera cabalgado mil millas. Devuelvo la bici a toda mecha no se me pase por la cabeza dar una cuarta vuelta, que me conozco y soy capaz.
Volveré porque el invento me gustó un rato largo y eso que el circuito se las trae. Carril-bici pintado de rojo pegado a un carril peatonal pintado de verde, hay que ver cuánto daltónico sale a pasear porque les cuesta horrores distinguir cuál es el de los peatones y cuál el de las bicis. En unos tramos los árboles han reventado el firme, han hecho una especie de badenes naturales y cuando pasas por encima con una bicicleta de paseo sin suspensión te queda el culo bien dolorido. En otro tramo, el firme está rugoso y parece que tuvieras el baile de San Vito. Hay varios puntos donde las ramas bajas de los árboles están a la altura de la cara, será por eso que te prestan el casco, pero menos mal que me llevé también unas gafas de sol porque se te mete una rama en un ojo (perfectamente posible) y menuda gracia. Hay una curva de noventa grados que si la tomas ajustada, al salir te encuentras unas zarzas invadiendo el carril-bici y ya se sabe que esas tienen unas espinitas de lo más simpático. Claro que lo mejor está casi al final, al ingeniero que lo diseñó le quedó la cabeza tranquila…