Dentro de la iglesia de San Vicente de la Barquera se puede ver escondida en una esquinita la «Capilla de los Corro», encargada por el inquisidor Antonio del Corro allá por 1521 para albergar su tumba y la de la parentela. Como de la suya ya hablé hace tiempo, hoy toca el resto de la capilla que se ve asà desde fuera.
Eso del suelo es una trampilla que va a dar a una cripta-osario. Lo del fondo a la derecha es la tumba del inquisidor realizada ni más ni menos que en mármol de Carrara, se ve que le iban bien los negocios o que le daban una comisión por cada hereje reconvertido en hoguera. A su izquierda está otra tumba de una pareja.
Se supone que son los abuelos del inquisidor, Fernando del Corro y Catalina Calderón. Según un cartel son unos cien años más antiguos, aunque haciendo números no me salen las cuentas de cómo unos abuelos pueden tener cien años más que el nieto. Claro que si el Papuchi tuvo un hijo a los noventa años ya me creo todo lo demás.
A la derecha os habréis fijado que hay algo de colorines. Y tanto, un altar que otra cosa no sé, pero columnas de colorines tiene todas las que quieras. Pensé que aquel de Melide habÃa marcado la cima en el campeonato de altares espantosos, pero aquà le ha salido una competencia muy dura.
¿Y el frontal? Con unos azulejos encargados probablemente a la misma empresa que forró la barra del Solórzano. No entrará éste dentro del grupo de los altares más elegantes, eso os lo garantizo.
Volverá el oleaje
Señores, señoras, señoritos y señoritas, ya está aquà el otoño, adiós a esos dÃas de sur tan gustosillos y bienvenida sea la lluvia, el viento, el fresquito, asà que volverá el oleaje, volverá…
Volvéran las fotos de olas azotando las rocas en la Costa quebrada, allà estaré yo para dejar constancia.
Volverán, me temo, los destrozos en la costa porque cuando el mar se cabrea, dios nos pille confesados (y a distancia).
Volverá la nieve. Volveremos a la nieve. Volverán las fotos casi monocromas.
Pero finalmente vendrán también esos primeros dÃas de calorcillo, ese caminar por la playa mientras los rayos de sol vuelven a calentarnos y saldremos del invierno otra vez.
Las cosas son asÃ, un bucle infinito, por mucho que nos quejemos no hay quien lo cambie de modo que toca buscar entretenimientos, pensar cómo sacar fotos majas y cómo pasárselo bien. He dicho.
Una antena con pelotas
Uno de esos dÃas que no tienes mucha cosa qué hacer me fui a ver el Cabo de Latas, un saliente con acantilados al oeste de Cabo Mayor. Desde allà las vistas del faro son bastante buenas asà que no me podÃa ir sin sacar una foto. Algo raro noto, pero no en el faro sino en la antena a su derecha. ¿Qué es eso redondo que tiene alrededor? ¿Se habrán montado un árbol de navidad gigante?
Ni árbol, ni navidad, simplemente le han colocado unas protecciones a unos cuántos cables que sostienen la antena.
Supongo que estas cosas no las pondrán en plan decorativo sino para evitar que una avioneta pueda chocar contra uno de los cables, pero bueno, si tengo una avioneta y veo una antena lo que menos se me ocurrirÃa es pasarle rozando. A ver si estas navidades se estiran un poco, ponen una estrella de belén luminosa en lo alto de la antena y menudo arboltio se marcan con cuatro duros de gasto.
¡Orujeros, preparaos!
Fiesteros y orujeros, preparaos, porque el próximo fin de semana es la Feria del Orujo en Potes. Actuaciones, espectáculos en la calle, degustaciones, catas, nombramiento del Orujero Mayor que este año es Carlos Herrera y fiesta, mucha fiesta. A disfrutar, a pasarlo bien y mucha cabecita con lo que se bebe cuando hay que conducir, que siempre están los de verde por los alrededores y os pueden dar un disgusto a la cartera.
Nos vamos de cementerios (V)
Hoy vamos a dejar liquidado el asunto de las visitas a los cementerios cántabros con la segunda entrada sobre el Cementerio de la Ballena de Castro Urdiales, por lo menos hasta que aparezca alguno que me llene el ojo nuevamente. La primera entrada estaba aquÃ, por si queréis echarle una miradita. De momento el recorrido iba siendo bastante normalucho.
Lo primero que destaca es un prado enorme en el centro del cementerio con cuatro tumbas mal contadas y bastante separadas entre ellas. Supongo que por lo simple de esta parte será donde entierran a la gente con menos recursos… suerte que ya ha pasado el furor constructor de hace unos años, sino seguro que algún constructor corto de escrúpulos (como todos, vamos) montaba aquà una urbanización y la vendÃa con el reclamo de «vecindario muy tranquilo».
Mira tú, la primera tumba angular que veo. ¿Te ha tocado una esquinita y no quieres hacer un panteón como los de al lado? Pues venga una con forma de cuarto de cÃrculo que por lo menos es distinta.
Otra más. Esta casi prefiero no decir qué me parece, pero muy elegante no la veo. Lástima no haberme parado a verla por detrás, tiene una inscripción que hubiera sido interesante mostrar. Para otra visita se queda.
¿Y ésta? Mayúscula, minúscula, mayúscula, minúscula, todo sea por marear al encargado de grabarlo en la piedra.
Otra más que me dejó alucinado. Vale que el señor serÃa forofo del Athletic de Bilbao, pero poner un escudo del club en la lápida me parece exagerar un poco…
En la esquinita de una tumba lucia un angelote con cara resacosa, ojos caÃdos y boca manchada como acabara de comerse un chocolate con churros. La carita de «ay madre, qué pinto yo aquû no tiene precio.
Y llegamos a lo que, con diferencia, resulta más llamativo de todo el cementerio: la tumba de la familia Del Sel. A esta distancia ya te quedas boquiabierto.
Y no digamos nada cuando empiezas a ver dorados por todas partes y aguiluchos protegiendo las esquinas.
O la egipcia que preside todo el conjunto, con su trompeta en una mano y la corona de laureles en la otra. ¿Qué pintará una egipcia aquÃ, tan lejos de su tierra? Un buen rato me quedé viéndola, después en casa otro rato buscando información y no sólo en mi despierta admiración, aquà podéis ver una interesante página de otra aficionadÃsima a los cementerios a quien le produce la misma sensación y que describe esta tumba puntito por puntito.
Todos los santos
El uno de noviembre además de Halloween fue el dÃa de Todos los Santos, ese en que hay aglomeraciones en los cementerios porque la gente suele llevar un ramo de flores como recuerdo y este año por culpa de una barandilla en mal estado casi pasan dos señoras del bando de los vivos al bando de los muertos.
Un servidor está eximido de tales asuntos asà que me fui a dar una vuelta por Mataleñas y Cabo Mayor. Me sorprendió ver varios ramos colgados de la valla que han puesto por la parte de detrás, esa que evita la caÃda por el acantilado donde antaño tiraban gente para darle pasaporte o últimamente saltaba gente para suicidarse, alguno incluso con el coche puesto.
Por suerte mi visita a ese lugar era por motivos más agradables, concretamente unos chipirones a la plancha en el chiringuito del faro. Estaban de muerte, nunca mejor dicho. Grandes, blanditos, en su punto, menudo descubrimiento, para mi gusto le dan mil vueltas a las rabas aunque seguro que algún santanderino promueve mi excomunión y ejecución en la hoguera por decir semejante herejÃa.
El molino de Carrejo
Saliendo de Cabezón de la Sal en dirección sur, el siguiente pueblo en el camino es Carrejo. No deja de ser una travesÃa con alguna cosilla en el interior pero lo que verdaderamente debÃa destacar pasa completamente desapercibido. Esto que véis es un molino de rÃo.
Más concretamente, el primer molino fluvial de maÃz en Cantabria creado en el siglo XVIII (aproximadamente 1752). Anda que no habÃa pasado veces por aquà camino del hayedo del Saja y ni me habÃa fijado hasta que leà alguna referencia al «molino de Carrejo» busqué información y apareció por fin.
Como todo molino harinero tiene su presa con sus compuertas correspondientes que permiten el paso del agua por debajo para mover la hélice (por llamarle de alguna forma a esa rueda con aspas sobre la que actúa el agua), que a su vez mueve el eje y la piedra de moler en el interior de la estancia superior.
Aquà tenéis la parte de abajo por donde pasa el agua que mueve los mecanismos. No esperéis nada espectacular, visto un molino de agua vistos casi todos, pero éste tiene el mérito de su antigüedad.
Actualmente es el «Museo de la Molienda», como atestigua una placa. Fue cedido por la familia Ruiz Posadas y se puede visitar.
Claro que si quieres visita ya puedes ir con nueve amigos porque creo recordar que desde septiembre sólo son para grupos de diez. Un servidor iba con la parienta pero por mucho que dos se escriba «10» en binario no coló el asunto y me quedé sin vero. Menuda racha de pifias que llevo últimamente…
No quiero ratas
Llegamos a Mazcuerras, un pueblo cerca de Cabezón de la Sal sin nada especialmente destacable en apariencia. Por si acaso paramos y nos damos una vuelta andando, que sigue siendo la mejor forma de conocer un pueblo. ¡Atención! ¡Cartelito en una fachada detectado! Vamos a ver que de estas cosas siempre sale algo que contar.
¿Me oye, señor alcalde? ¡¡¡QuÃteme ya los cubos de basura que se me llena la casa de ratas, comen mi comida, se beben mi cerveza, se han apropiado del mando a distancia y las muy jodÃas se pasan el dÃa viendo «Mujeres, hombres, ratones y viceversa»!!! ¡¡¡El fin de semana pasado me hicieron ver «Stuart Little» cuatro veces, luego «Ratatouille» otras dos y esto no hay quien lo soporte!!!
Visita a la cueva Covalanas… o no
Eso de andar por el mundo adelante sin prisa, sin planes y sin reservas a veces tiene sus cosas buenas porque te llevas agradables sorpresas. En cambio otras veces lo que te llevas es un chasco. Domingo dominguero, vamos por el mundo a nuestra bola cuando aparece un cartelote indicando el desvÃo hacia la «Cueva de Covalanas», un poco más al sur de Ramales de la Victoria. Eso hay que verlo. Nos desviamos y aparcamos al pie de un poste de madera que indica la dirección a seguir.
Empieza la cosa con subida potente, paciencia, no nos desanimemos que en peores plazas hemos toreado.
Tras una subida… otra subida. Curva de 180º y hala, pista para arriba. Sólo las vistas ya merecÃan el esfuerzo. La parienta, menos dada a emular cabras montesas, no opinaba lo mismo, ella ascendÃa lentamente, sudorosa, entretenida con un muñequito al que le habÃa puesto cuatro pelos mÃos y le clavaba alfileres negros. No sé, no sé, me da que a esta mujer no le va tanto lo de subir montañas como a mi.
Al final del tramo en subida aparece una extraña construcción. Es la oficina del guÃa que enseña la cueva. Como se puede ver, es discretita e integrada en su entorno.
Pegado en el exterior está el tÃpico cartel con los horarios. Las visitas son a las horas y cuarenta minutos. Eran las once cuarenta y cinco. Cachis la mar, qué punterÃa, igualito que cuando fuimos a la cueva de El Pendo.
Nos sentamos, esperamos un rato y la verdad se estaba como dios a la sombrita, en lo alto, disfrutando de unas vistas impresionantes de toda la zona con el Pico San Vicente ahà delante.
Con lo que me gustan las montañas hay veces que se me va la olla. Es ver ese pico y empiezo a maquinar si aquello que se ve por la izquierda es un camino, si hay paso entre la vegetación, si será complicado subir o lo increÃblemente alucinantes que serán las vistas desde lo alto. Se me cae la baba, para qué negarlo.
En esas maquinaciones proto-escaladoras estaba cuando apareció el guÃa. Preguntado sobre si habrÃa sitio para visitar la cueva nos dijo, para nuestra desgracia, que ese dÃa estaba todo completo y mejor reservar antes porque aquà sólo entran siete en cada turno. Lástima, pero qué le vamos a hacer. Unas veces se gana, otras se pierde y de la cueva tan sólo ves la entrada. Ya volveremos, que hay más dÃas que longanizas aunque este refrán nunca lo acabé de comprender.
El monigote del sarpullido
Hace un par de semanas mostraba uno de los monigotes del Mundial de Vela, preocupado por su desaparición y preguntándome cuál serÃa su ubicación actual. En esa entrada habÃa una foto del monigote más colorido y más bonito de los cinco que adornaban las calles. En el otro extremo, el más feorro para mi era el situado frente al Club Náutico, el «monigote del sarpullido». Otro que ha desaparecido aunque a éste me costará más echarlo de menos.
Arriba una vista tÃpica, horizontal, centradita y con la cámara a la altura de los ojos, la forma más sencilla de conseguir una imagen perfectamente anodina. Abajo una imagen vertical, con el motivo en diagonal, el punto de vista bajo y bastante más interesante. ¿Entendéis porqué le llamo «el monigote del sarpullido»?