Creo que en la catedral de Santander tienen un ligero problemilla con las columnas del claustro interior. Para quien no lo conozca, es éste. El acceso es gratuito y desde uno de los laterales se entra a la catedral donde hay unas cuántas cosas interesantes que ver pero al ritmo que llevo no saldrán aquà hasta dentro de tres o cuatro años.
¿Porqué digo lo del problemilla? Pues porque si viérais en qué estado están algunas de las columnas os quedarÃais alucinados. Véanse dos de ellas. Una bien, otra no tan bien.
La de peor estado se ha ido desmenuzando por el exterior y poquito a poco cada vez queda menos. La pieza que va entre la columna y el arco está haciendo unos equilibrios que a mi particularmente me inspiran poca confianza y me quitan las ganas de pasear en su cercanÃa.
Otras dos allà cerca. Siendo generoso dirÃa que una no tan bien, otra ni medianamente bien.
Si echamos una ojeada individualmente, es un verdadero milagro que ésta columna siga en pie haciendo equilibrios sobre cada vez menos superficie. Pero como se suele decir, «tranquilos que aun queda».
Otra que está quedándose hecha una piltrafa. No sé qué tipo de piedra será pero no estarÃa mal conocer su denominación por si algun dÃa me hago una casa, escoger cualquiera menos esa. Y ya pueden ir pensando en hacer algo en la catedral, no vaya a ser que un dÃa de estos se les caiga medio claustro y la tenemos liada.
Mirador sin vistas
Saliendo de El Soplao y montaña arriba, montaña abajo, acabamos llegando a este mirador. Me paro para echar una ojeada a las vistas y, si procede, retratarlo para compartir con los egregios lectores de este blog y con la humanidad en general.
Paro, bajo y… ¿a quién se le habrá ocurrido plantar un montón de pinos justo delante del mirador? ¿Pero acaso no saben que los árboles crecen tanto a lo ancho como a lo alto y tapan todas las vistas posibles?
Hala, camina cuesta arriba hasta un lugar desde el que contemplar las que debÃan ser vistas originales desde el mirador pero que esa efusividad en la plantación arbórea ha acabado por arruinar. Otro de los valles cántabros, muy verdes y escondidos entre montañas.
Tranquilos. Con un poco de suerte dentro de diez o quince años los pinos habrán alcanzado el grosor adecuado para su aprovechamiento forestal, los cortarán y volverán las vistas… hasta la siguiente replantación.
Macarons, kouignettes y canelés
Por supuesto, si conocemos una ciudad nueva hay que hacer recuento de lambonadas. Estas son las tres más habituales que vi en Burdeos. Primero los macarons, que no sólo son de allÃ. Están hechos a base de almendra, se han puesto de moda y lo invaden todo. Por lo menos son de colorines y alegran los escaparates.
Otro tipo de pastel: los Kouignettes, que vaya nombrecito les ha caÃdo. Parecen pasteles portugueses y los hay al ron con pasas, a la naranja con cointreau, al chocolate y más especialidades.
Sin embargo los pastelillos más tÃpicamente bordeleses son los canelés, una especie de bizcocho con forma de flan que visto desde arriba recuerda a una margarita. No son como los bizcochos amarillos de aquÃ. Por fuera están más hechos y más oscuritos, pero por dentro más blancos y menos hechos. A la hora de morderlos el tacto es blando y gomoso. A mi me recordaban algo a las «porras», esos churros gigantes que por fuera están crujientes pero por dentro están casi crudos. Se dejaban comer, pero bueno, prefiero otras especialidades francesas.
Tras los pasos de San Roque (II)
Esta serie de entradas empezó con una primera parte en que pasé por el lugar donde estuvo en su dÃa la capilla de San Roque. Cerca de ese punto se inicia una subida (la Avenida de los Infantes) y en ella, haciendo esquina con la calle Las Cruces aparece una estatua ¡como no! de San Roque. Muchos seguidores debe tener por aquà cuando de otros santos no se ve nada por la calle.
¿Y quien está con él? ¿Quién puede faltar? El perro de San Roque, ese que no tiene rabo porque Ramón RodrÃguez se lo ha cortado. El can también tiene sus admiradores que lo han puesto con un toque fashion floral hippie-chic. Huy perdón, se me ha pegado la jerga del blog de mi parienta…
Gracias al cartelote me entero que San Roque se dedicaba a curar enfermos de peste de paso que hacÃa turismo por Italia. Será por eso que le hicieron santo y a mi, que cuando voy por el mundo adelante sólo me dedico a comer y beber, ni me nombran ni me dedican estatuas. Pero bueno «que me quiten lo bailao» o, en este caso, lo comido.
Recuerdos de Lunada
Hay que ver, a veces me pongo a revisar los catálogos de las fotos que he sacado y me quedo alucinado por cómo pasa el tiempo. Lo que me gusta el puerto de Lunada, con sus vistas y su valle y hace más de un año que no paso por allà ni subo al mirador desde el que se tienen unas vistas increÃbles. Eso sÃ, ojo con la escalera no vayas a pisar una bosta tamaño XXL.
¿Y a qué es debido eso? A que en cuanto subes aparecen unas enormes praderas en altura, amarillentas por el otoño y llenas de caballos que primero te ven con desconfianza pero al rato pasan de ti ampliamente como diciendo «ya está aquà otra vez el dominguero éste de la cámara». Acercar, aún no me he podido acercar a ellos porque escapan. Quizá tenga que ir un dÃa mejor pertrechado y aplicar el conocido sistema de la zanahoria que de momento nunca falla con los equinos.
Panorámica gijonesa
Para dos dÃas que pasamos en Gijón a principios de febrero hay que ver la cantidad de fotos que saqué. No me extraña, entre el temporal de olas que habÃa, las estatuas, las obras de arte urbano y tantas otras cosas era estar todo el dÃa con el dedo pegado al disparador de la cámara. ¿Pero qué le vas hacer, si das cuatro pasos y te encuentras cosas como estas letras relucientes que dan nombre a la ciudad?
Aunque si no hay letras da igual, yo sigo a lo mÃo. Subo un poquito y toma panorámica del puerto, con sus barquitos, sus casas coloridas y el casco viejo en el centro. Por cierto, mucho me recuerda a Coruña con ese frente marÃtimo, ese tipo de casas, esa penÃnsula en medio de la ciudad, una enorme playa urbana y el ambientillo de salir a tomar vinos (o sidras).
Mejor no hacer el cabra
Si algo aprendà durante la ruta de la Canal del Tejo es que a las cabras les irá muy bien en las alturas, pero cuando se ponen a nadar son bastante desastrosas. Caminando hacia Poncebos veo algo enganchado en un árbol en la corriente del rÃo.
AmplÃo un poco y mira tú, cabra muerta medio descompuesta. Con razón se notaba una peste en el ambiente. DebÃa estar a unos quince metros y el olor era asqueroso.
El pueblo de Bulnes, cabañas de montaña, rÃo caudaloso, foto bucólica y vaya… ¿qué es eso del primer plano?
Otra cabra que ha fracasado en su afición nadadora. Esta ya debÃa llevar más tiempo ahà porque no olÃa. Menos mal…
Un saltito a Burdeos (I)
Una curiosidad: en Galicia, las vacaciones escolares de Semana Santa era toda la semana del Jueves Santo y Viernes Santo. En Cantabria no, aquà son Jueves Santo, Viernes Santo y toda la semana siguiente, con lo cual resultan once dÃas seguidos en vez de los nueve habituales. Si aquà estamos de vacaciones y el resto del mundo no, eso significa menos aglomeraciones, precios normales en los hoteles y menos probabilidad de sufrir sablazos. Pues hala, nos vamos a Burdeos que sólo queda a cuatro horas (y mil peajes) de Santander para ver qué tal es.
Gran sorpresa. Me encantó. Llana, muy monumental, cruzada por el rÃo Garona, fácil moverse gracias a los tranvÃas, ambientillo por las calles, gente super amable y educada, por supuesto un montón de fotos asà que os podéis ir esperando otras tantas entradas sobre lo que vi. Empezamos con la parte de la ciudad que da al rÃo, un estilo de casas tÃpicamente francés.
Esto por la zona del centro histórico. En cuanto te salÃas de allà cada vez iba pareciéndose más a Portugal, con sus fachadas avejentadas, puertas del año de la nana y plantitas saliendo de las aceras. De los callejones ya ni os cuento, algunos metÃan verdadero miedo.
Cruzamos al otro lado del rÃo y tenemos puente, todas las casas de la misma altura sin estridencias ni rascacielos en el horizonte y la iglesia de Saint Michel con su campanario separado. Según leà lo hacÃan asà para evitar que las vibraciones de las campanas afectaran al edificio principal. Menudo hartón nos pegamos a visitar iglesias, diferentes de las de aquà y con mucho que ver. Ya irán saliendo poco a poco.
En la Catedral de Burdeos pasa lo mismo. Campanario separado, que es la torre Pey-Berland. Además es visitable y se puede subir arriba del todo «sólo» con 231 escalones. Pan comido para los que fuimos al Faro del Caballo.
Aquà dentro de la Catedral, con sus dorados correspondientes. Muy alta, muy señorial y con muchos detallitos en los que fijarse. Para empezar no tenÃan los tÃpicos bancos corridos, sino cienes y cienes de sillas individuales, la primera vez que veo tal cosa.
El Palacio de la Bolsa… bonito de dÃa, precioso de noche con el «Espejo de agua» justo delante.
Callejeando podÃas encontrarte cualquier cosa al doblar una esquina, como este «cabezón» al lado del teatro de la Opera.
O una puerta medieval en medio de la calle. De éstas hay unas cuántas en varios puntos de la ciudad.
Menuda fuente la que está junto a la columna de los Girondinos, llena de estatuas de este tipo, con mujeres, medio caballos medio sirenas, gallos… ya veréis, ya.
Y por supuestÃsimo… ¡¡¡candaditos!!! De esos que no falten.
No os imagináis el tráfico de bicicletas que hay por la ciudad y la velocidad a la que te pasan por todos lados. De puñetero milagro no hay más muertos, porque a mi que suelo andar caminando despistado fijándome en todo alrededor no me atropellaron media docena de veces porque San Apapucio de Tarento (patrono de los indeseables) no quiso.
¡El tranvÃa! Menudo invento. Tres lÃneas que recorren la ciudad, compras un billete de 1,40 euros y durante una hora puedes hacer todos los trasbordos que quieras. Cada seis o siete minutos pasa uno en cada dirección. Hay abonos que por 4,30 euros te ofrecen viajes ilimitados durante un dÃa o abonos de siete dÃas por once euros y pico. Es como el metro, pero por la superficie. Incluso a veces nos subÃamos cuando ya no podÃamos con los pies de tanto caminar y hala, tira millas en tranvÃa para seguir viendo la ciudad mientras descansamos sentaditos.
Por el centro mucho ambientillo, mucha gente por las calles comerciales y el viernes por la noche… ejem… juventud, divino tesoro. A mi lado una pareja de policÃas viendo con cara de «madre mÃa cómo van y no son ni las doce» a éstos y otra media docena de carritos similares que circulaban cantando por la calle dando la nota pintoresca.
Además hay cosas que sorprenden, como que dejen entrar a los perros (no sólo los lazarillos) en el tranvÃa y en los restaurantes. Los franceses tendrán sus cosas, pero todos con los que me crucé fueron muy educados, a pesar de que chapurreo malamente su idioma no hubo problemas ni en el apartamento, ni para ir de un lado a otro, ni para cenar, ni para beber, ni para comprar cosas, vamos, que encantado de la vida. El shock fue al volver. Acostumbrado al bonjour por todos lados, a tanto «Merci Monsieur», me paro en el primer peaje de España, le doy las buenas tardes al señor cobrador y me mira con cara de asco, de estarme perdonando la vida, me cobra gruñendo y ni una palabra. El segundo peaje, una señorita (fea como un cantorrodao, todo sea dicho). «Buenas tardes» y me responde farfullando algo incomprensible. AhÃ, ahÃ, siempre animando al cliente. Anda que no nos queda por aprender…
Jornadas Flower Power
Tras la sesión de comida cubana que tan buen sabor de boca nos dejó, en La granja cervecera de Miengo ahora están con las jornadas Flower Power.
No sé qué habrá de menú, pero mira, como sea la cosa igual que la comida cubana ya merece la pena asà que tan pronto haya previsión de un fin de semana más o menos bueno rápidamente programamos visita a las playas del oeste cantábrico con paradita aquà mismo para darse un homenaje. Más noticias y fotos en cuánto pase.
Por las dunas de Liencres
Para quien no conozca la zona, en la costa entre Santander y Torrelavega hay un estuario (el del Pas) acabado en un Parque Natural de Dunas: las de Liencres. Cuando hice la panorámica del Abra del Pas ya se veÃa al fondo, tras todo el arbolado de la parte derecha. Ese arbolado también es parte del Parque Natural, una vez que empiezas a bajar hacia la playa entras en un pinar que no parece tener fin.
Pero montones y montones de pinos, una densidad de árboles tal que no puedes ver a través del bosque.
Pinos, pinos y más pinos, altos, grandotes y en una cantidad imposible de contar por lo menos para todos aquellos que a partir de tres automáticamente ya los pasamos a la amplia categorÃa «muchos».
Una vez finalizado el pinar se llega a un aparcamiento a pie de playa. El dÃa que nos pasamos por allà aquello parecÃa una romerÃa a pesar de estar el tiempo algo revuelto. Uniendo que a los cántabros les gusta pasear y que éste es el arenal más grande en esta zona, el resultado era bastante gente caminando y otros tantos paseando sus perros.
Aún se veÃan huellas de temporales pasados, como por ejemplo la cantidad de maderas y troncos que habÃan quedado allà donde llegó el oleaje. Troncos de un tamañito que con uno se calienta una familia el invierno entero, a lo mejor es buen negocio irse con el tractor a la playa tras un temporal, retirar toda la madera que llega gratis y venderla una vez seca. A ver en cuantos negocios llega la materia prima a coste cero.
En la zona de dunas también se veÃa cómo la arena habÃa cambiado de ubicación, casi enterrando palitroques que de otra forma sobresaldrÃan más. Véase cómo han ido quedando varios palotes de las mismas dimensiones. Al de la derecha probablemente le queden pocos dÃas para dejar de ver la luz del sol.
Una vez recorrida la playa por la banda que da al mar hicimos el recorrido inverso por la parte que da a la desembocadura del Pas mientras empezaba a subir la marea y el agua iba invadiendo la arena. Para que tengáis una referencia de las dimensiones de la playa, en el centro, al fondo del agua se ve un punto negro minúsculo. Eso era un hombre que jugaba con su perro.
Dunas y dunas, con plantas en la parte superior que le dan ese aspecto tan caracterÃstico, igual que en Somo.
Entretenidos estábamos haciendo kilómetros sobre la arena, deporte bueno, bonito y barato donde los haya. El dÃa, aguantando de maravilla. Sol pero sin agobiar, luz a raudales para el fotógrafo…
…pero esto es Cantabria, y cuando menos te lo esperas cambia el cuento, los colores del horizonte van variando hacia lo oscuro y el sexto sentido va avisándote con pareados que «si no te quieres mojar, al coche te tienes que acercar».
No nos engañó nada. Un rato después el color del cielo anunciaba claramente la que se aproximaba y dos que yo me sé apuraban para llegar al coche esquivando por suerte la manta de agua que cayó a continuación.